La segunda quincena de marzo y el mes de abril entero constituyen uno de los periodos con mayor variabilidad atmosférica del año. Los cambios bruscos en el estado del tiempo se producen muchas veces en un mismo día, lo que convierte esta época en la más complicada en la elaboración de las predicciones meteorológicas. Esa complejidad coincide, además, con la mayor demanda de información por parte de la sociedad debido a los viajes de Semana Santa y a los numerosos eventos que se producen estos días, cuya celebración depende inexorablemente de que llueva o no. Pero no es una excusa de los hombres y mujeres del tiempo para justificar posibles errores, sino que nos encontramos en la transición del invierno al verano en el hemisferio norte. La primavera, que comenzó ayer domingo, es la estación del cambio, hasta el punto de que entre finales de marzo y mediados de mayo no son nada raros los días en los que lluvias intermitentes se alternan con momentos en los que el Sol alumbra temporalmente y pasamos en poco rato del frío al calor o viceversa. Por eso, el margen de error en las predicciones es mucho más alto que en invierno, cuando lo habitual es que la estabilidad atmosférica sea mayor y los cambios sucedan más lentamente. Estadísticamente, además, son clara minoría las semanas santas en las que el tiempo estable y soleado ha sido constante. Lo más frecuente es que haya alternancia de ratos de lluvia (o incluso algunas nevadas en la montaña) con periodos de sol y cielos azules. Por ello, no hay mejor estrategia para salir de viaje en semana santa que asumir que lo más probable es que, aunque la atmósfera nos brinde muy buenos momentos bajo el Sol, de vez en cuando tocará mojarse.