En nombre de la tradición, y un suculento lucro, alrededor de 11.000 toros son masacrados cada año públicamente en nuestro país, tras una lenta y extrema agonía. No sé si usted sabrá que, la tauromaquia, no implica sólo la tortura y muerte en las plazas, sino que detrás de cada uno de los toros que mueren públicamente tras un atroz ensañamiento, se estima que quince mueren ignorados en tientas y lidias a puerta cerrada, donde aprenden y se entrenan toreros, rejoneadores, banderilleros y novilleros.

El toro, Bos taurus, es un animal herbívoro, gregario, cuya vida de forma natural transcurre en prados, donde pasta tranquilamente en espacios abiertos, junto a sus compañeros de manada. Los denominados toros de lidia, que no son más que una selección de razas pertenecientes a la especie Bos taurus, han sido estigmatizados desde tiempos inmemoriales hasta tal punto que, prácticas ganaderas como la identificación del animal a fuego, que en cualquier otra especie destinada a consumo de carne estarían prohibidas por su crueldad, en el caso del toro de lidia están permitidas.

Del mismo modo, el código penal, recientemente modificado, considera delito el maltrato hacia los animales, e incluye penas de prisión de hasta 18 meses, a excepción de los espectáculos autorizados, excluyendo nuevamente de cualquier tipo de protección legal, que sí tendría, por ejemplo, una vaca destinada a producir leche, a los toros supuestamente bravos.

¿Será esto consecuencia de la carencia de sufrimiento de los toros de lidia?

Desconozco también, si habrá tenido usted ocasión de ver el terror, la angustia y la desesperación en los ojos de estos animales, que se encuentran solos, en un ambiente hostil, y del que no pueden huir, mientras sufren un ensañamiento atroz con todo tipo de objetos punzantes, de longitud variable entre los 2,6 cm que mide una puya hasta los 88 cm de longitud que puede tener el estoque. Rasgan sus músculos, cortan sus venas, tendones y nervios, se incrustan en sus huesos y médula espinal dejándoles tetrapléjicos y hasta pueden seccionarles la tráquea, el esófago, perforar sus pulmones y diafragma, provocándoles la muerte después de un insoportable calvario, ahogados en su propia sangre. Son numerosos los casos en que las orejas les son cortadas, para ofrecerlas como absurdo trofeo, estando todavía vivos y demasiadas las ocasiones en que su agonía se prolonga hasta el matadero.

Todas estas monstruosidades, de crueldad extrema, son infringidas a un animal con un sistema nervioso complejo, estando más que científicamente probado, que muestran un comportamiento consciente e incluso utilizan complejos pensamientos y procesos mentales y tienen capacidad de sentir y sufrir, tanto física, como psicológicamente, del mismo modo que lo hacemos los seres humanos.

Tras lo anteriormente expuesto, no puedo entender, y del mismo modo, tampoco lo hace la mayoría de la sociedad, cómo se puede mantener un modelo de diversión y de negocio arcaico, basado en el terrible sufrimiento de un ser inocente y que muestra una mísera imagen de nuestro país, en blanco y negro, manchada de sangre.

Cuando en una sociedad, se considera que un determinado comportamiento es impropio e inaceptable, existen tres vías para su resolución: la información, la educación y la regulación legislativa. En el caso que nos ocupa, y dada la cantidad de bóvidos que cada año mueren por ensañamiento, es urgente realizar la única modificación legal éticamente admisible: arrancar el estigma que supone para estos animales la tradición y protegerlos, mediante la ilegalización de su maltrato, del mismo modo que ocurre con el resto de animales.

La única vía para terminar con esta sinrazón, es su abolición.