Sabemos que Obama vino y se fue, pero no sabemos a qué vino. El presidente de Estados Unidos visitó España y, aunque la coyuntura le obligó a recortar su estancia, hizo todo lo que tenía programado hacer, que no era, por supuesto, lo que le vimos hacer ni lo que nos contaron que hizo. Quiere decirse que intercambió cumplidos y cuchipandas con el rey Felipe, y que arengó a sus tropas en la Península Ibérica, pero que todo eso era en los ratos libres que le dejaba lo demás, lo que no nos dijeron pero que fue a lo que vino de verdad.

Pudimos verlo en directo casi todo el tiempo y, sin embargo, nos vedaron el casi, que viene a ser, en el fondo, el grueso de la visita. En el casi estuvo el quid, y no pudimos enterarnos porque hace tiempo que las visitas oficiales, como la prestidigitación, consisten, sobre todo, en lo que no se ve. Vimos a Obama por delante y por detrás, por arriba y por abajo, sin trampa ni cartón, pero no vimos el truco. Nos informaron tanto que nos quedamos in albis, igual que tenemos ya la costumbre de quedarnos respecto a otras muchas cuestiones. No sabemos a qué vino el presidente Obama porque nos aturdieron con verónicas cronicularias y pases de pecho reporteriles, porque nos hicieron la faena de la confusión a base de capotazos de noticias y banderillas de análisis, porque nos atiborraron las neuronas con el exhaustivo despiece de un señuelo. Y es que la fórmula elegida es absolutamente magistral: taparnos los ojos con imágenes y los oídos con mensajes; imágenes y mensajes fidedignos de cosas falsas, de maniobras evasivas y entremeses pirotécnicos.

Debemos preguntarnos a qué puñetas vendría Obama como debemos preguntarnos qué puñetas traman los partidos mientras fingen que no se aclaran con los votos que les hemos dado. La hilaza siempre se ha escatimado al populacho, pero nunca tan cínicamente como en esta era de la información que nos lo muestra todo tan profusamente que no vemos nada. Pregúntate a qué vendría Obama; es un misterio tan clamoroso que te hará cuestionar más cosas. Nadie te responderá, pero al menos empezarás a dejar de ser ese abducido por la televisión, ese ilota en que te habías convertido.