La Universitat Politècnica de València (UPV) advierte en un estudio que, de aquí a 2020, cerca de 400.000 niños y jóvenes podrían convertirse en víctimas de acoso escolar. A juicio de Lucas Jódar, director del Instituto de Matemáticas Multidisciplinar y uno de los autores del estudio, «es un problema gravísimo y en los colegios de España no se hace nada, los profesores no se comprometen y los directores ocultan los casos para que no hablen mal del centro». Hasta aquí nada que objetar, si bien considero injusto e inexacto concentrar las causas de la violencia escolar única y exclusivamente en el ámbito docente. De lo que se sigue que, asumiendo la imposibilidad de analizar el problema exhaustivamente, barruntaré algunos apuntes oportunos.

La violencia escolar nace en el hogar. Las criaturas educadas sin una educación emocional sólida, acaban convirtiéndose en tiranos, psicópatas y frustrados. Los menores de edad concebidos como víctimas de una estructura mundial jerárquica, agresiva y opresora que pervierte valores morales „el amor, la libertad, la igualdad„ en pro de las fronteras o trincheras, el capital y la lucha por acumular dinero, poder y prestigio. Esta terrorífica cosmovisión existencial resulta imperceptible a muchísimos progenitores, copartícipes de encauzar a sus hijas e hijos en esa lógica paranoica.

El drama del acoso escolar apunta a factores poliédricos. La televisión, el vertiginoso ritmo existencial, los deberes, las jornadas laborales inhumanas, el analfabetismo emocional e intelectual de generaciones y generaciones, la falta de herramientas para la introspección y la de tiempo para la interconexión, el insaciable afán de tener, tener y tener... Añádanse otras circunstancias particulares aunque de radical importancia: cuando ciertos padres disertan juicios impropios y humillantes contra otras personas, ya sea por su condición sexual, su aspecto físico, su nacionalidad, su modo de pensar, esos mismos padres „que luego reclaman soluciones en la escuela„ aumentan los niveles de violencia.

Y esos padres, que reclaman el derecho a educar a sus hijos a su antojo, no sólo son unos pésimos educadores amén de inconscientes, sino que carecen del mínimo sentido ético que precisa una sociedad justa, democrática e igualitaria. Luego, claro está, firman sin pestañear contra materias como Ciudadanía o Filosofía, «doctrinarias» cuando el verdadero adoctrinamiento habita en su mente retrógrada y reptiliana. A su vez, cualquier testimonio público que pontifica contra la diversidad „sea de la índole que sea„ deviene pregonero inmisericorde de la violencia.

Así que, retomando esa cifra de 400.000 niños y jóvenes futuras víctimas de la violencia escolar, urge replantearse el sentido, la estructura y el valor, no sólo de la educación escolar, familiar y comunitaria, sino también de este mundo plagado de violencia, violentos y discursos, mentes y estilos de vida profundamente inhumanos.