Tiene razón monseñor Javier Salinas, el exobispo, ex€ muchas cosas de Mallorca cuando afirma que algunos de sus actos, los que guardan relación con su exsecretaria, Sonia Valenzuela, pueden haberse malinterpretado. Yo también hubiera malinterpretado una alianza en mi dedo con el nombre grabado de alguien, que ese alguien llevara en su mano una con el mío y luego, estar casado él con Dios y no conmigo y yo con otro hombre. Es para liarse, confundir al personal, cabrear como una mona al marido y enfadar al papa. Pero como gesto, es bonito. Inexplicablemente bonito.

Seguía justificando Salinas que todo depende del cristal con que se mira. Sí, eso justo fue lo que no entendió el marido, ni los colaboradores del obispado, ni nadie en Mallorca, ni al final el papa. Las relaciones son lo que tienen que, como el cristal, llenan la vida de luz y color. Lástima que haya terminado así de mal. Y con el escándalo público que la ha acompañado. En primer lugar, por cobardía. Es evidente. Y después, por actitudes tan impresentables como la del marido, que no tiene por qué denunciar en su trabajo a nadie por algo que le compete a él y a su señora en el más estricto ámbito familiar. Todos somos mayores. Porque no está en la Edad Media, no tiene derecho de pernada, si da su honor por mancillado lo arregla en un juzgado con una demanda de divorcio. Y todo lo demás lo soluciona con terapia y dándole mucho el aire. Pero las ganas de revancha pública y el afán por crucificar al obispo y a su mujer por su orgullo herido son lamentables y demuestran la falta de cariño y confianza que había en su casa. Y además, ha dado al traste con una magnífica historia.

Y porque después de todo, otra cosa hubiera esperado ella, digo yo, que no este final, fulminado de su trabajo con todos los detalles contados por la prensa. Ver sus fotografías, su historia publicada y los testimonios, incluso con castigo de Roma, ha debido doler. Sobre todo, porque ella es la que se ha quedado allí, vapuleada por la escandalera montada por el marido, por las formas y por las miradas ajenas que susurrarán que en este caso, con la iglesia sí que ha topado.

Por suerte para él, la catedral de Valencia, que tantas ofensas ha visto en estos últimos tiempos, ha abierto sus puertas para acoger a un exobispo desamparado. Y aquí no hay agravios, sus muros de piedra tan curtidos en batalla absolverán las malas interpretaciones y a otra cosa. Seguro que unos cuantos rosarios lo solucionarán. La carga la llevará Sonia, es de esperar. Me pregunto qué pensará. Ya tardan los de Sálvame en llamarla. He leído que los anillos, aunque los pagó Salinas, fueron una idea suya. Es evidente. Como la culpa. Al tiempo.