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La participación en los nuevos tiempos

Hablar de participación supone fijar criterios sobre lo que queremos decir. Nuestra sociedad es tan compleja que existen muchos niveles de participación con objetivos muy diferentes y que afectan de manera desigual a las personas: una cosa es la participación en una sociedad anónima, en una cooperativa o en una asociación de amigos de la alcachofa o en asociaciones que defienden intereses muy concretos de sectores reducidos de la población y otra es la participación en lo público, en la gobernanza o en la consecución de objetivos generales que mejoran la calidad de vida de la ciudadanía.

Me referiré a esta última. Por ejemplo, los cauces de participación en la gobernanza institucional están claros, son los partidos o las agrupaciones electorales las que tienen la exclusividad para alcanzar los gobiernos y desarrollar determinadas políticas y lo pueden hacer con o sin los ciudadanos y ciudadana según la sensibilidad participativa que tengan. Entre elecciones, los ciudadanos tienen pocas opciones de influir, salvo las clásicas movilizaciones excepcionales que conllevan confrontación y que presionan para cambios de rumbo existiendo la contradicción lógica entre electores y movilizados. Otro ejemplo es la importancia de los sindicatos como cauce de participación también para la co-elaboración de legislación o la simple defensa de los intereses de los trabajadores y trabajadoras en el conflicto capital-trabajo.

Decía antes que nuestra sociedad es muy compleja y que participar en lo público exige un cierto nivel de organización. Algunos sectores lo hacen no sin dificultades, por ejemplo las ampas que se federan y se confederan para tener interlocución en cada nivel administrativo.

Por otro lado, las nuevas tecnologías crean el deslumbramiento y la ficción de la participación a través de la glorificación de lo personal y del nihilismo frente a lo colectivo. Una cosa es la circulación de información rápida y veraz por las redes (condición necesaria y positiva pero no suficiente) y otra creer que eso es la participación. Esta veneración a internet, a las redes y a la soledad frente al ordenador acaba siendo disgregación y atomización que siempre han sido compañeras del individualismo, de la impotencia y de la manipulación.

He reservado para el final lo que quiero subrayar de forma importante: existe un cauce de participación excepcional y único en Europa, general, democrático, transparente e independiente que puede actuar en todos los niveles políticos y sobre prácticamente todos los asuntos que afectan la calidad de vida de la población: el movimiento vecinal. No hay que inventar grandes cosas, el movimiento vecinal está ahí, estructurado en barrios, ciudades, autonomías y Estado. Si las instituciones creen en la participación ciudadana deben ayudar, sin reservas, a su reconocimiento social, a su estructura básica no profesional y a facilitar la incorporación de más y más ciudadanos y ciudadanas en los asuntos públicos. Reforzar el tejido social es una garantía democrática que refuerza la convivencia aumentando la interlocución representativa fuera y dentro de las instituciones. Gobernantes inteligentes no desaprovecharían la ocasión, aunque me temo que los prejuicios, la ignorancia, los deseos de control y los temores a lo desconocido tienen mayoría permanente en las instituciones. Resulta irritante que los cambios de gobiernos municipales y autonómicos miren de perfil a las asociaciones vecinales, retrotrayéndose a épocas que creíamos ya superadas, como si hubieran descubierto las Américas. Una auténtica decepción.

Así pues, la prueba del algodón: si las instituciones creen en la participación apoyarán a las asociaciones de vecinos y sus estructuras. Lo contrario es paripé, postureo y engaño a la ciudadanía sin más.

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