Se dirán muchas cosas de los españoles y muchas de las críticas serán acertadas, pero nosotros no hemos enviado a Pablo Iglesias a la Moncloa. En cambio, los americanos primero metieron en el Congreso al Tea Party, que se adueñó del Partido Republicano y le condujo a una oposición inmisericorde a cuanto Obama proponía, y luego, de aquellas lluvias estos lodos, ha surgido Donald Trump, que contra viento y marea, incluyendo el liderazgo de su partido, ha llegado a la Presidencia de EE UU contra todo pronóstico. Primero porque no era el mejor entre los candidatos que se presentaron a las primarias del Partido Republicano (aunque tampoco los demás fueran como para tirar cohetes, quizás con la excepción de Jeb Bush) y luego porque en la elección presidencial competía con una candidata que estaba infinitamente mejor preparada que él para el puesto. Pero que se equivocó porque tan segura estaba de ganar que hizo una campaña más aburrida que Rajoy, con más miedo a meter la pata que a ilusionar al respetable.

Y si pasamos por alto los insultos a jueces, periodistas, veteranos, minusválidos, gais, mujeres, mexicanos, afroamericanos (lo que no es fácil porque casi no queda ya nadie en el país), Trump ha mostrado frescura frente a un cierto acartonamiento de Clinton, que hizo una encuesta para decidir el nombre de su perro que más aceptación popular tendría. Por contra, y en contra de tanto político como sufrimos, que no dirige, sino que sigue las encuestas, Trump ha dicho hasta ahora todo lo que se le pasa por la cabeza sin pensarlo dos veces (o sin pensarlo ninguna), y proyecta una imagen de cambio con respecto de la forma de actuar de los políticos profesionales de Washington, eso que allí llaman el establishment y del que el matrimonio Clinton es un claro ejemplo.

El problema es que la inexperiencia enciclopédica de Trump plantea muchas incógnitas. Por ejemplo, ¿va a cumplir lo de hacer un muro y hacérselo pagar a los mexicanos? ¿Va a denunciar ya el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México, que según él ha destruido 700.000 puestos de trabajo? ¿Va a abrogar el tratado nuclear con Irán? ¿Va a permitirle a su admirado Putin labrarse una zona de influencia en Europa central y quedarse con Crimea? ¿Va a colaborar con Asad y Putin en Siria? ¿Va a cargarse la reforma sanitaria de Obama? ¿Va a denunciar a la OTAN y dejarnos a los europeos al raso con el oso ruso merodeando por el norte y el Estado Islámico asomando la nariz desde Libia?

No son cuestiones baladíes y exigen respuestas claras. Sin duda, hay cosas que no tendrá más remedio que hacer, como el famoso muro, para no perder la cara, pues se constituyó en el mantra de todos sus discursos electorales. «¿Qué vamos a construir?», les gritaba a sus enfervorizados seguidores. «Un muro», contestaban, y él replicaba «¿y quién lo va a pagar?», «¡the mexicans!», aullaba la audiencia. Mi esperanza es que el poderoso sistema de controles y equilibrios (checks and balances) establecido por los Padres de la Constitución de 1778 sea capaz de limar estos excesos y reconducir algunos de ellos de forma más constructiva. Una cosa son las promesas que se hacen en las elecciones y otra lo que luego se hace. Mi esperanza es que haya en la Casa Blanca un Permanent Undersecretary, como en la tronchante serie televisiva británica Yes, Minister, que impida una y otra vez que el presidente haga más tonterías de las estrictamente necesarias. No será fácil, pero no es imposible.

Porque sus promesas de proteccionismo, aislacionismo, abandono del orden internacional liberal y del multilateralismo, rechazo del cambio climático como una chorrada, ambigüedad sobre el primer uso del arma nuclear y otras lindezas por el estilo son realmente preocupantes. Como lo son su misoginia, su racismo y su xenofobia. ¿Tendrá Trump dos caras como Jano? Espero que las necesite y que se rodee de gente sensata que le ayude a cambiar y a calmar los ánimos de quienes con su miedo le han elegido, sin por ello ponernos a todos en peligro, que bastantes problemas tenemos como para que Washington nos tire encima los suyos.

Una cosa está clara: los europeos vamos a tener que ponernos las pilas y ocuparnos de nuestra propia defensa, que hasta ahora hemos dejado cómodamente en manos de los americanos, desde las dos guerras mundiales a las matanzas de Yugoslavia. Ya no más, estas elecciones han dejado claro que los yanquis están hartos de pagar ellos y de poner ellos los muertos y de ser ellos «los gendarmes del mundo libre». Ahora quieren que seamos nosotros los que lo hagamos en nuestro territorio y en nuestra vecindad, y eso nos va a exigir dedicar dinero a la defensa porque nuestros vecinos no son precisamente angélicos, sino bastante complicados.

Es solo el principio de las muchas cosas que van a cambiar en los meses próximos. Ojalá sea para bien, pero no lo veo nada claro.