Los meses inciertos que siguieron al 20 de diciembre dejaron en Rajoy una brecha sináptica, fijada por tantos días pasados en modo electoral, a la que su mente retorna con facilidad cuando queda libre de los resortes institucionales. El lapsus mariano, ese "ya preparando las próximas elecciones", con el que se despidió en la cena de navideña del PP de Madrid revelaría, siempre desde una perspectiva freudiana, que el líder popular le cogió cierto gusto a la agitación y el sinvivir que implica ponerse en manos de los electores. ¿Y si, pese a su tono calmo, rayano en la pachorra, se hubiera hecho adicto a las descargas adrenalínicas de la campaña y a la ludopatía de las urnas? ¿ Y si la investidura fuera sólo un desintoxicación temporal a la que puede suceder una recaída?

Pablo Iglesias da muestras de la misma adicción, aunque, en su caso, la falta de inyección de poder le ha llevado a un síndrome de abstinencia del que intenta curarse en la confrontación interna.

La vicepresidenta atribuye el desliz verbal que delataría la querencia electoral de Rajoy a que el jefe del Gobierno es un hombre "más de desayunar que de cenar". El aguerrido Rafael Hernando, en cambio, advierte de que la posibilidad de nuevos comicios escapa a la voluntad del PP y depende sólo de la disposición a colaborar de los demás grupos parlamentarios para aprobar las cuentas de 2017. Presupuestos o en mayo se abre el tiempo de urnas, sugiere el portavoz popular.

Poco antes de quedar a merced de sus posibles deseos ocultos, Rajoy alardeaba ante sus correligionarios de los alentadores síntomas de recuperación del voto popular, tendencia que se consolidaría ante unos oponentes sumidos en sus quiebras internas. Ese mensaje refuerza la ambigüedad del lapsus y lo afila por el lado de la amenaza.