No a la vez, pero sí de inmediato, tras leer el «apocalipsis now» de Martín Quirós contra Grezzi, me enfundé el chándal jubilar y me calcé las deportivas de patear calles. Así pertrechado, eché a andar por la ciudad como Buster Keaton en «Golfus de Roma»: recorrí, como un inspector de obras quisquilloso, el norte y el sur, el este y el oeste, y me entretuve en los círculos concéntricos del centro para comprobar el estado de las obras, los deslizamientos de la movilidad, los alumbramientos de la circulación y otros etcéteras.

He llegado a una conclusión empírica que es una refutación de la hipótesis del autor del libelo: no sé qué será de nosotras cuando hayamos muerto, ni lo que será de Valencia cuando nos abandone Grezzi, pero ni el pasado que recuerda ni el presente que describe Quirós son ni como fue ni como es. Atascos, caos, contaminación, policías desconcertados, inversiones desproporcionadas en el presente, dice; frente a la fluidez, el orden, la tranquilidad, el equilibrio policial y el justo precio del pasado, añora. ¡Vaya por Dios, hombre! Cualquiera que recuerde y vea concluirá que el escrito de Martín Quirós está lleno de «posverdades», desde las realidades imaginadas del proemio, pasando por las acusaciones cochófobas y alcachofilas del intermedio, hasta llegar a las oscuras golondrinas valencianas del pasado de la conclusión, ésas que ya no volverán. (En este punto, por oposición y contraste, les recomiendo la relectura del artículo que Joan Olmos publicó aquí el domingo 8, «A favor del espacio público». Pienso lo mismo y no lo diría mejor).

Vuelto a casa, a las comodidades insanas de la vida sedentaria, lancé el chándal jubilar al tambor de la lavadora y las deportivas al quinto coño de un puntapié, y me abrigué con el jersey «camacho» y las pantuflas con garras de ale-hop. Así ataviado, frente a la estufa, como un Onetti encamado negándose a salir de casa, me leí el artículo de Joaquín Calomarde, «Isabel Bonig versus Ximo Puig». Arriesga Calomarde una hipótesis: que no puede haber acercamiento entre PSOE y PP sin respeto mutuo entre Puig y Bonig; y añade que ella sí lo respeta, pero no él. Y eso es así porque lo dice Calomarde, porque digo yo que de esa hipótesis deberían deducirse unas consecuencias observacionales que, sin embargo, no se observan. Por el contrario: o los dos o ninguno de los dos.

Ya de noche, tras cenar dos dedos de whiski sin hielos, me despeloté y me enfundé la camiseta de roncar (día de la bici, reserva 2003). En la cabecera, bajo la luz del flexo, reposaban «La nueva lucha de clases» de Zizek, «Populismo», de Villacañas, y «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?», de Bauman. Pero me quedé frito, con la duermevela de que el Levante subía a primera y el Valencia bajaba a segunda; también sonaba el teléfono y no era jazztel.