Hace unos días se publicaban noticias preocupantes sobre la situación biológica de nuestro mar Mediterráneo, el elemento del medio natural que da esencia a nuestro clima. El calentamiento del Mediterráneo está favoreciendo la invasión de especies invasoras que, traídas desde el mar Rojo a través del Canal de Suez, encuentran en las aguas cálidas del Mediterráneo un área favorable para su desarrollo.

No es que antes no ocurriera. Pero ahora el seguimiento de la observación científica y las condiciones térmicas del Mediterráneo permiten su permanencia aquí. Lluís Amengual nos pone afortunadamente al día de estos asuntos en sus intervenciones semanales con el rigor que le caracteriza. Se calcula que, entre los años 1985 y 2016, han entrado 751 especies invasoras, especialmente en el lado oriental de la cuenca marina mediterránea, pero sin que falten en el occidental, que nos afecta directamente.

Algunas especies de moluscos, peces y algas son las principales invasoras, como el pez león o la caulerpa racemosa, alga que recibe su nombre por su característica forma arracimada. El Mediterráneo mereció la aprobación de un Plan Azul, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, en 1997, que ha ido revisándose e incorporando nuevos objetivos para su conservación y protección.

Pero parece que todos los esfuerzos no son suficientes. Las situación no mejora como se esperaba. Al contrario, nuestro mar Mediterráneo, cuna de civilizaciones, razón de ser y seña de identidad de las sociedades actuales en los países ribereños, está en serio riesgo. Por no citar las 62 millones de toneladas de basura que se acumulan ya en sus aguas, muchas de ellas plásticos que causan la muerte inminente de especies de peces y mamíferos, sin que queramos hacer nada para solucionarlo. O eso parece.