Hace unos días se difundió en los medios de comunicación y las redes sociales las imágenes de un periodista chino al que «supuestamente» le había caído un rayo encima. En efecto, las imágenes, que se pueden localizar en la red, muestran a un periodista refugiándose de la lluvia que cae bajo de un paraguas mientras cubre una información en directo frente a las cámaras en la terraza de un edificio. Y sobre él cae un potente rayo que parece tocar la punta de su paraguas. En un primer golpe de vista todo parece apuntar a este hecho fatal. El rayo cae sobre el periodista que se asusta, deja de hablar, se sobresalta y queda unos minutos en estado de shock. Pero, si se ven las imágenes con calma, uno se da cuenta de que el rayo realmente no cae sobre el periodista ni sobre la punta de su paraguas. La descarga se produce a bastantes metros de distancia, al fondo de la escena mostrada en las imágenes. De haberlo hecho las imágenes resultante sí que habrían dado la vuelta al mundo por los letales efectos producidos. Un rayo intenso de esas características, que hubiese impactado con la brutal descarga eléctrica asociada, habría carbonizado a ese periodista. Y hubiese dejado el paraguas como ocurre en las imágenes de los dibujos animados, o sea, cuatro alambres chamuscados. Lo que ocurrió es que el trueno asociado a dicho rayo asustó al periodista, porque debió ser un sonido muy brusco e intenso.

Pero de ahí a titular esta noticia como que un rayo había impactado sobre un periodista, hay un abismo. O mejor, media una vida humana que se hubiera perdido en directo ante las cámaras. Cada día caen 8 millones de rayos en todo el mundo. Y los más intensos llegan a movilizar más de 30 millones de voltios. El cuerpo humano sufre consecuencias con descargas de 250 voltios. Así que podemos imaginar lo que hubiese pasado si realmente el rayo hubiese caído sobre ese periodista. A no ser que fuera como Roy Sullivan, el guardabosques estadounidense que a lo largo de su vida resistió el impacto directo de siete rayos y ninguno le quitó la vida. Pero la excepción no es la norma ante este peligro atmosférico.