Nosotros íbamos con vaqueros. Liberación de lo decadente. Afirmación de lo nuestro, que quería romper con la hipocresía imperante, y afirmar nuestros valores en disrupción con un pasado que nos parecía lamentable. Y nos hicimos hippies y comunitarios. Pasamos la virulencia juvenil, y nos reencontramos otra vez en el mundo, no sé si mejor o peor, que habíamos rechazado y que ahora, como conversos, abrazábamos sin tapujos.

Nuestros hijos, la verdad, no han tenido mucha alternativa -o quizá imaginación- para una disrupción tan abrupta como la nuestra. Los vaqueros y los chinos han cotizado al alza, por su bajo precio, por la comodidad que supone y por la uniformidad que propone. Y no digamos nada acerca de las zapatillas, las bambas se dice en mi tierra. Eso también es rebelión contra el status quo, afirmación de la propia personalidad grupal. Pero las zapatillas son viejas, en el pleno sentido de la afirmación vieja: fueron y ahora son vetustas y arrugadas; no son rumbosas, sino zarrapastrosas.

Los vaqueros van rotos y agujereados: no durará mucho. Es lo desgalichado. También ha habido otras épocas -esto de la moda no deja de ser una farfolla- en las que había que llevar cosidos retazos y lamparones coloreados; o tan bajos que abrazaban las caderas.

El vacío es difícil definirlo. Se habla de agujero negro, cuando está lleno de materia, con una altísima densidad. También decimos que el cero es un guarismo que no significa nada, pero claro no es lo mismo 10 euros que 100, ni que 0,1. Así que este vacío no es definitorio, sino más bien todo lo contrario. Un agujero no se puede representar, un vacío no se puede realizar, es un ente de razón. Si todo fuera agujero, no habría nada. Así que la trepanación ha de realizarse sobre el textil. Todo tiene que ver con la nueva forma postmoderna de ser. Pero lo más llamativo es la vacuidad. No hay forma más decidida de mostrar ese vacío que el roto, el agujero. Cuanto más perforado, mejor. A mi entender, refleja el nihilismo imperante. No lo saben, claro. Es grupal. Es moda. Una vanidad juvenil y, por tanto, disculpable. Vacuos sarpullidos.

Da la impresión de que tales actitudes subyacen en una especie de no querer ser nadie, ni siquiera otro -más atractivo, más seguro, más inteligente, más femenino o varonil, etcétera-, sino querer ser ninguno: eso refleja el agujero, desde mi perspectiva. Que naturalmente puede estar muy equivocada.