Semanas atrás tuvimos conocimiento de que Chechenia, pequeña república de la Federación de Rusia, ha abierto campos de concentración para su colectivo homosexual, al igual que régimen nazi en los años treinta. Aunque el término de campos queda por ser definido y conocer exactamente en qué consisten, el gobierno checheno se ha lanzado a una caza a los homosexuales en un contexto homofóbico local y extendido a Rusia también.

Para el presidente checheno Ramzan Kadyrov, interpelado sobre el arresto de centenares personas homosexuales, es imposible que haya ese tipo de actuación porque «no hay homosexuales en Chechenia». Además, ha afirmado que, si «tales personas vivieran en Chechenia, las fuerzas de orden no tendrían nada que hacer contra ellas porque serían sus parientes quienes les expedirían a un destino sin retorno». Una afirmación de tal calibre aberrante perfectamente podría haber salido de la boca de Hitler y su séquito porque corresponde literalmente a la ideología del régimen nazi.

Pero aquí se trata del propósito del jefe de un Estado que forma parte de otro: Rusia, Estado miembro del Consejo de Europa y del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos (TEDH). El presidente Vladimir Putin tampoco es simpatizante de la causa homosexual, puesto que si bien la Federación de Rusia no ha adoptado leyes que prohíben la homosexualidad (aunque existe una ley de 2012 que condena la propaganda para menores sobre las «relaciones sexuales no tradicionales») en el día a día las practicas judiciales, policiales y políticas son muy represivas en este ámbito.

Hasta ahora, el TEDH no ha sentenciado un caso de violación de los derechos humanos de los homosexuales rusos o chechenos. En cambio, el mismo tribunal ha condenado a Rusia al menos en diez casos por violaciones de los preceptos del Convenio Europeo de los Derechos Humanos: torturas, secuestros, desapariciones, asesinatos€ Un modelo en términos de garantía de los derechos fundamentales, dicho sea en tono muy muy irónico.

Respecto a Rusia, Kadyrov es un discípulo indefectible de Putin puesto que tanto las prácticas chechenas como el discurso del gobierno ruso denuncian la decadencia moral de Occidente en ejemplos como la instauración del matrimonio homosexual en varios países europeos y occidentales, entre otros signos «reprobables» a ojos de estos representantes. En cambio de una lealtad a la Federación de Rusia que ha reincorporado a Chechenia, Kadyrov ha recibido, entre otras prebendas, carta blanca de Moscú para ejercer la coerción y la violencia en nombre de la lucha contra el terrorismo.

La supuesta apertura de campos o, por lo menos, la represión, se sitúa en el contexto de un control político total por parte de Kadyrov que pretende aplastar cualquier comportamiento minoritario o de oposición (torturas, violencias estatales, etcétera) de manera reforzada a lo largo de 2016. Además, al igual que Irán en 1979 y los años siguientes, la sociedad chechena ha recibido la orden de tradicionalizarse de nuevo (poligamia, código vestimentario para las mujeres, tolerancia a los crímenes de honor y de las violencias domésticas€) en el contexto de un islam oficial que el poder controla íntegramente.

El enfoque hostil contra los homosexuales también encuentra un eco en una gran parte de la sociedad misma. Estructurada según sus costumbres legales que rigen el comportamiento del individuo respecto a su clan, la sociedad chechena es muy conservadora en esta cuestión. Además, la apertura hacia el colectivo homosexual es imposible en un contexto de miedo. Si la presencia de campos de concentración se confirma, esto se explica por un endurecimiento general de las represalias desde el año pasado. Por este medio, el poder checheno hipermilitarizado ha transmitido una advertencia a la sociedad al aterrorizarla, indicándole lo que está permitido y lo que no lo está.

El Consejo de Europa ya ha sido alertado por la situación de los homosexuales chechenos, pero su reacción no es muy enérgica. Podemos lamentar que su Unidad Orientación Sexual e Identidad de Género no denuncia ni menciona las represalias chechenas contra ese colectivo. ¿Por qué ese silencio? La cuestión de los homosexuales chechenos no parece sublevar muchas preocupaciones hasta que el horror concentracionario sea una realidad con numerosas víctimas.

Hace ochenta años, (casi) nadie daba credibilidad a la existencia de campos de concentración y de exterminación. Fue a la liberación de éstos cuando la opinión pública local e internacional descubrió las atrocidades intrínsecas a ese tipo de represalias. Hace ochenta años, no se hablaba de la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni del Convenio Europeo de los Derechos Humanos. Hoy, estos textos existen y han sido ratificados por un Estado que permite la persecución de unas personas no por su religión o sus opiniones políticas sino por su orientación sexual. Hoy, los medios de información y los gobiernos occidentales saben lo que está aconteciendo pero Chechenia está lejos de sus prioridades, al igual que los campos de Dachau en 1933, cuando Hitler era un jefe de Estado «muy respetable» para la comunidad internacional. Regreso al horror.