Hace unos días el periodista Enric Juliana intervenía en un programa de radio con una metáfora que me pareció muy acertada para explicar el momento actual de las relaciones entre Cataluña y el gobierno de España.

Relataba Juliana que en un momento dado, posterior al recorte del Estatut por el Tribunal Constitucional después de haber obtenido todos los apoyos democráticos habidos y por haber, Mariano Rajoy y Artur Mas encontraron entre sí su media naranja. Cada uno tomó su exprimidor y ambos comprobaron que tanto a las demandas catalanas como a la posición tancredista de Madrid le podían ir sacando el jugo. Y así han ido girando la muñeca, cada uno con su exprimidor, hasta que el jugo se ha terminado y hasta agujerear no solo la piel de la naranja sino las propias manos.

Razón tiene el documentado periodista en la pertinencia de la metáfora. Las dos partes han sacado jugo y buena prueba de ello es que las dos partes se han visto fortalecidas al final de ese proceso. Rajoy, envuelto en la bandera y la unidad de España ocultando las vergüenzas de un partido no ejemplar, y Mas tratando de emular a Lluis Company sin su trágico final y ocultando también el famoso 3 % con el apoyo impostado de ERC.

Corrupción, crisis económica y recortes sociales han sido el común denominador tapado por las bravatas inconscientes de ambas partes. Rajoy solo con la ley sin formular ni una propuesta política para Cataluña y Mas junto a Puigdemont pasándose al independentismo con la partitura de un grupo como la CUP en las antípodas de la masa de votantes de la antigua CiU.

Hay que reconocer sin embargo y sin hacerse trampas al solitario que el relato del independentismo, en todo o en parte, ha calado en una mayoría de catalanes aunque el conjunto independentista en el Parlament haya perdido las formas. Y eso ha quedado interiorizado ahora y después del 1 de octubre con o sin referéndum.

Y llegados al 2 de octubre ¿qué? ¿Unas elecciones autonómicas con posibilidad de una mayoría holgada que pida un referéndum pactado con el Estado? Eso ya lo tenemos. ¿Una mayoría parlamentaria y de votos ciudadanos partidarios del independentismo? ¿Una buena parte de la clase política catalana en la cárcel o sujetas a multas difíciles de pagar? Todo esto en el mejor de los casos de manera que los acontecimientos se desarrollen con cierta normalidad en las calles. O ¿alguien piensa que la solución puede venir de manera cruenta?

Terminando con una metáfora mucho menos ingeniosa que la de Enric Juliana, creo que España junto con Cataluña, que debe seguir siendo parte fundamental de España, necesita una nueva familia de acogida. Ni el padre ni la madre dan garantías para una buena educación.