Les debería resultar apasionante, siendo como yo mediterráneos y por tanto, disfrutando (o padeciendo) la singularidad mundial de una estación seca en verano, por los anticiclones subtropicales que inhiben el ascenso de las masas de aire, a pesar del calentamiento superficial. Una comparación cartográfica confirma que el verano es más propenso a las lluvias. El mapa que pueden ver en mi cuenta de twitter parece indicar lo contrario, pero no olviden que mientras un hemisferio está en invierno, el otro está en verano. Los colores amarillos en el hemisferio norte indican un invierno más lluvioso (diciembre, enero, febrero) que el verano (junio, julio y agosto), pero a la inversa (verano más lluvioso en el sur). Ese invierno boreal más lluvioso se centra en los océanos extratropicales, en clara relación con la distribución de calor latente que hemos visto en columnas pasadas. A medida que siguiendo el flujo de los frentes polares, penetramos en los continentes, la supremacía pluviométrica pasa al verano, ya sea de forma gradual como en Europa occidental, dominada por la llanura; o de forma más drástica, como en Norteamérica, donde las cordilleras frenan de cuajo el influjo oceánico. En dirección al ecuador, las lluvias estivales son muy superiores, en una banda circumterrestre que se ensancha en América y sobre todo Asia. En el mayor continente del planeta, el predominio ecuatorial de las lluvias de verano enlaza con el monzón y los climas continentales. En el hemisferio sur, continúa el predominio de los veranos en las latitudes cálidas, pero en aquellas templadas, la inexistencia de grandes continentes limita la transferencia invernal de calor latente y por tanto las lluvias. Apenas una difuminada banda entre los 30-45ºS rompe esta tónica.