Estamos acostumbrados a escuchar a políticos, empresarios, representantes de entidades sociales e incluso a nuestros allegados hablar de forma positiva e incluso en ocasiones apasionada sobre el Estado de Bienestar. ¿Quién está en contra del Estado de Bienestar? Nadie.

Bueno, es cierto, algunos dirán. ¿Qué sucede con mi amigo que es libertarian o mi otro conocido comunista?

La respuesta a este planteamiento es que por supuesto, hay de todo en la villa del señor, pero el hecho de que los partidos políticos que optan a la gobernabilidad e incluso la inmensa mayoría de los partidos con representación parlamentaria opten por modelos mixtos de economía de mercado y Estado de Bienestar nos indica hasta qué punto está extendida la hegemonía social del concepto y aquello que implica. No nos olvidemos que el Estado de Bienestar no cayó del cielo, hubo un proceso histórico que llevó a su creación, siendo las tesis keynesianistas, el trauma provocado por la Segunda Guerra Mundial y el miedo a una revolución comunista (entre innumerables otros factores) lo que acabaría de provocar su nacimiento y expansión por la mayoría de los Estados Occidentales, adoptando diferentes formas. Sanidad, pensiones, seguridad social... Y, ¿Qué más?

Educación, mucha educación pública. Se inauguran escuelas, se prometen nuevas inversiones, se defiende el difícil trabajo de los profesores, etc. En defensa del pilar que supone la educación en el Estado de Bienestar.

Y así debe ser. La educación es un elemento fundamental dentro del Estado del Bienestar, puesto que genera igualdad de oportunidades frente a las desigualdades sociales existentes, ayuda generar una sociedad donde la libertad sea un elemento básico, así como también contribuye a formar personas que tengan unos mínimos principios considerados positivos por la sociedad como el respeto, la tolerancia, etc.

Sin duda, es un servicio público básico que debe de estar al alcance de todos los ciudadanos en una forma y contenido que permita su finalidad última. No es necesario acudir a autores socialistas o marxistas para encontrar defensores de estas ideas.

El mismo Adam Smith en La Riqueza de las Naciones dedica un apartado a hablar de la educación, defendiendo que el gobierno de la localidad debe limitar privilegios de las escuelas, así como intentar que se compartan sus gastos para que la comunidad empiece a sentir como suyo el lugar, exigiendo un mayor compromiso de todos. Esta situación puede revertir con un mayor control del gobierno, lo cual no sería negativo en este caso. Vaya, curioso que el adalid del liberalismo defienda ideas contrarias a algunos nuevos "progres liberales" de hoy en día. No es necesario citar ninguna obra en concreto, pero se podría encontrar muchos otros ejemplos en John Stuart Mill, autor utilitarista-liberal, que irían en el mismo sentido. En definitiva, no estamos ante defensores de la "libertad de elección de los centros de enseñanza de los niños por parte de sus padres", estamos ante conservadores que usan la palabra libertad para defender la escuela segregada y clasista de toda la vida.

Veamos ejemplos de algunas palabras "neutras" usadas tendenciosamente tal y como se hace con la palabra libertad.

Descentralización, autonomía, evaluación, fijación de niveles estándar, excelencia, empleabilidad, flexibilización, podría seguir así todo el día. Parecen palabras inofensivas, que pueden ser compartidas por muchos que no defiendan concepciones conservadoras. Son palabras técnicas que, si son usadas en un contexto en el que también se aplican otras medidas privatizadores y mercantilizadoras, aplicando técnicas de gestión propias de la empresa privada, dirige a los estudiantes a un aprendizaje competitivo que produce sujetos independientes que consideran que son responsables únicos de las decisiones que toman y sus consecuencias.

Por una parte, los padres son responsables de elegir un centro adecuado para sus hijos.

Por otra parte, los alumnos son los responsables de sus resultados y su trayectoria académica. El mérito y esfuerzo es solamente individual, al alcance de cualquiera que se lo proponga y desee, con independencia de sus características personales y del contexto familiar, sociocultural o escolar.

Y mientras tanto se identifica lo público con lo ineficaz, siendo necesario defender la autonomía, la rendición de cuentas, la evaluación de los profesores... En definitiva, que los únicos que no son responsables son los gobernantes públicos, tan defensores ellos del Estado de Bienestar y la educación pública.

Pero, ¿Cuál es la situación real de la educación española? Vayamos a los datos.

El informe PISA que realiza la OCDE, organización poco sospechosa de ser izquierdosa indicó en su informe de 2015 que los estudiantes con menores recursos económicos tienen tres veces más posibilidades de tener un rendimiento más bajo que estudiantes con mayores recursos económicos. De los diferentes factores, el que más importa es el contexto familiar. El nivel educativo de los padres, el número de libros en el hogar, son factores decisivos.

Son tendencias ya difícilmente reversibles con una política estatal destinada a solucionar este problema y garantizar la equidad social, que recordemos, es uno de los pilares del querido Estado de Bienestar. Pero con una rápida búsqueda en el Banco Mundial vemos que el porcentaje del PIB dedicado por parte del Gobierno a la educación respecto al total del gasto es del 9'593%, por el 10'9% que tenía en el año 2008, mientras que la media de la UE (donde también hay países como Bulgaria o Rumanía) es del 11'549%. O que en Dinamarca dedican el 15'5%.

Simultáneamente, el número de colegios privados que reciben ayudas públicas, es decir, que son concertados, aumenta hasta cerca del 80%, lo que serían 4 de cada 5 colegios privados.

En definitiva, el progresivo desmantelamiento de la educación pública está produciendo que un importante flujo de alumnos vaya a centros concertados.

Esta dirección política no es casual, es un determinado plan conservador que ataca directamente a los cimientos del Estado de Bienestar, como es la promoción y defensa de la equidad social como bien. Es necesario ser consciente de que esta progresiva mercantilización de la educación nos lleva a unas consecuencias desconocidas pero sin ninguna duda peligrosa y estratificadoras.