Dice la Escritura que por Jerusalén lloran quienes la aman. El gobierno de Estados Unidos ha hecho efectiva una ley aprobada por el Congreso norteamericano en 1995 que reconoce la Ciudad Santa como capital eterna del Estado de Israel. Tristemente, la ciudad edificada por Dios toda en perfecta armonía (salmo 122) ve peligrar en nuestros días su estabilidad cuando se alzan voces en el mundo árabe que llaman a la violencia sobre la ciudad de la paz por esta declaración. Debemos levantar igualmente nuestra voz rechazando la guerra, pero yo la quiero alzar también por Israel, discutido siempre entre las naciones como la misma Ciudad Santa. Ronald Lauder, presidente del Congreso Mundial Judío, ha calificado como un paso valiente este reconocimiento que desde 1980 la Knesset ya había promulgado como una ley fundamental, si bien la ciudad de Dios siempre ha sido la capital de Israel en lo más profundo del corazón de su pueblo. Existen argumentos y voces silenciadas a favor de este estado que ve denigrada su imagen tantas veces en los medios de comunicación, y Sefarad, nuestra España y la suya, no es una excepción. Como el pueblo hebreo de las Escrituras, tenemos el deber de recordar.

El presidente de Israel, Reuven Rivlin, de visita recientemente en nuestro país, ha subrayado en una sola cita la realidad histórica de que Jerusalén no es, y nunca será, un obstáculo para la paz para los que quieren la paz. A Israel se le niega mundialmente su derecho a definir su propia identidad estatal y a que otros se lo reconozcan, sin ser, pese a todo, un secreto para nadie que el escenario necesario para una solución permanente del conflicto pasa por este reconocimiento -como recordaba hace pocos días Pilar Rahola- y la ineludible voluntad de alcanzar un consenso que pase por la fórmula de los dos Estados. Gabriel Albiac escribía en Israel es lo que queda de Europa cuando Europa se extingue que el único motivo de fondo para este rechazo internacional es el puro y simple miedo a los violentos, a quienes llaman a los suyos para «desatar el infierno» y el «fuego» (sic) sobre un país en que se garantiza efectivamente todo culto religioso.

Otra dimensión de esta realidad va más allá de un mero asunto político o administrativo: Isaac Querub, presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, explicaba también hace días cómo este acontecimiento asiente a una verdad histórica desde la misma fe judía. Jerusalén aparece citada hasta 821 veces en el Antiguo Testamento y unas 32.012 veces en el Talmud, y está escrita indeleblemente en el corazón del judaísmo. Una mirada hacia atrás en la historia, parafraseando a Kierkegaard, nos empuja ahora a mirar hacia adelante: «Vivir la historia hacia adelante». Pero no estamos, debe decirse, ante un pueblo cerrado sobre sí mismo. El rabino Uri Ayalón, impulsor allí de las escuelas inclusivas Afikim, donde se educan juntos niños judíos, cristianos y musulmanes en situación marginal, describía en El enlace judío de México la enorme apertura espiritual de los israelíes: Jerusalén es más grande que toda política [?] es una ciudad que no juega el juego de las naciones, sino el juego de las personas, aquellas que desean vivir en paz a partir de una auténtica amistad que acepta al otro tal cual es porque la amistad es de más valor que el símbolo. Que podamos recitar el salmo 122 -«Por el amor de mis hermanos y amigos: ¡la paz contigo!»- con todo hombre de cualquier raza, lengua, credo o nación que desee la paz para Jerusalén.