hace unas pocas semanas escribí en este mismo diario un artículo sobre la profunda crisis que afecta al Partido Popular. Enlazando con él, bucearé en el pasado hasta llegar al día de hoy. En 1996, este partido consiguió la primera victoria de la derecha en unas elecciones democráticas en España. Éste fue un acontecimiento fundamental en la no muy larga vida de la democracia en nuestro país. Después de tres elecciones en la II República, y seis en la monarquía constitucional, a la décima fue la vencida.

Por las venas de la derecha nacional, poca sangre democrática ha corrido. En la segunda etapa de libertades de nuestra historia, la monarquía constitucional, los conservadores se agrupan en Alianza Popular dirigida por Manuel Fraga, exministro del régimen franquista. Con estos mimbres, muy lejos no se podía llegar, y en Sevilla, en 1990, el viejo Fraga tiró la toalla y designó a su sucesor, José María Aznar. También se cambió el nombre de la formación: Partido Popular.

En Sevilla de nuevo, se reunió el Partido Popular los pasados 6 y 7 de abril en una convención cuya finalidad era darse una inyección de autoestima, ante la creciente amenaza electoral de Ciudadanos, Sin embargo, en el limpio cielo de Sevilla apareció una enorme sombra. No era la de la victoriosa gaviota esperada, sino la del escándalo del máster de una de las pocas figuras emblemáticas que le quedaban al partido: Cristina Cifuentes.

De que no hizo ese máster hay pocas dudas. De que ha mentido reiteradamente, menos. Sólo queda una duda al día que escribo este artículo. ¿Cuándo el pulgar del doble presidente nacional se pondrá en posición vertical hacia abajo, dictando la sentencia definitiva de la sonriente Cifuentes? Esta mujer sucedió en la presidencia del PP madrileño y del Gobierno autonómico a Esperanza Aguirre, con la promesa de regenerar el partido en Madrid después de los graves escándalos Púnica y Lezo, que llevaron a prisión preventiva a dos ex secretarios generales, Francisco Granados e Ignacio González.

Dimitida Cifuentes, llegará otro u otra, que a su vez prometerá regenerar el partido. Y así hasta que se acabe la confianza de los madrileños en ellos, lo que muy probablemente ocurrirá en algo más de un año.

La extensión geográfica de los casos de corrupción o de abuso de poder del reiteradamente citado PP no se debe sólo a la falta de honestidad de muchos de sus dirigentes. Es un frondoso árbol que hunde sus raíces muy profundas en el subsuelo de la derecha española. Me refiero a su concepción patrimonial del Estado, al que no considera un poderoso instrumento financiado con los tributos de los ciudadanos para servir al interés general, sino un cortijo del que disponer más o menos libremente.

La Restauración canovista de 1875 fue el sistema del turno donde se sucedían conservadores y liberales -con sus correspondientes caciques provinciales- que repartían prebendas a sus protectores, o a sus paniaguados, y se quedaban ellos con una parte del pastel del erario público. Hasta hace casi siglo y medio llegan las raíces de esta grave patología de nuestros conservadores.

La dictadura franquista está mucho más reciente en el tiempo y sobre ella hay infinitos ensayos al alcance del lector. Para el asunto que aquí nos ocupa basta decir que esa concepción patrimonialista del Estado creció como un río después de un diluvio. Los vencedores de la Guerra Civil se repartieron el botín, con honrosas excepciones como Ridruejo y algunos más, y hasta que ocurrió el llamado prudentemente por la prensa del régimen «el hecho biológico» -que no era otra cosa que la muerte de Franco- así siguieron las cosas.

La derecha democrática española actual es heredera de aquella otra derecha franquista. Y no lo digo porque muchos de sus miembros sean descendientes familiares de los jerarcas de antaño, o porque Franco siga en el Valle de los Caídos, que no me parece ni de lejos el principal problema político actual. Sino porque esos hábitos venales han continuado con nuestra ya cuarentona democracia. Ciertamente, con el riesgo que supone vivir en un Estado de Derecho para esos políticos sobornados. Algunos ya han acabado en la cárcel y otros irán a ella más pronto que tarde.

En el horizonte aparece una nueva derecha limpia: Ciudadanos. A día de hoy se vislumbra que en poco tiempo puede suceder a la antigua. Y es positivo para una democracia que haya una derecha moderada y honesta, como otro tanto ocurre en la izquierda. Ciertamente, al partido naranja se le puede aplicar aquello de que hacer el bien sólo tiene mérito si se tiene la posibilidad de hacer el mal. Y hasta ahora, Albert Rivera y sus correligionarios, al no haber prácticamente gobernado en ninguna institución importante, no han tenido la tentación del tesoro público.