En una globalización competitiva y conectada, las ciudades europeas evolucionan incorporando nuevos conceptos relativos a la calidad de vida de sus ciudadanos, transitando en un periodo corto hacia criterios surgidos de una renacida conciencia urbana. Un hecho que las obliga a una extensa y continuada adaptación, tal como les ocurriera durante la segunda mitad del siglo XIX, mientras se derribaban los recintos amurallados y surgían nuevos principios vinculados a la salubridad y al higienismo. Entonces se formularon propuestas de expansión fuera de las murallas, pero también, imprescindibles transformaciones interiores, sustentadas por criterios y normas reguladoras que determinaron espacios más abiertos, trazados rectilíneos, zonas ajardinadas y manzanas achaflanadas.

Hoy en día, la encrucijada es, asimismo, compleja, pero con la exigencia de una actuación, obviamente muy distinta, aunque mucho más acelerada. Actualmente, las necesidades se hallan condicionadas por la contaminación, el consumo energético, la sostenibilidad y la sustentación de servicios; pero, asimismo, por el respeto al patrimonio histórico, la creación de espacios para el esparcimiento, el cuidado a la particularidad vecinal, y la búsqueda imperiosa de la seguridad, en un universo con riesgo, altamente tecnificado y complejo, que debe convivir con la llegada masiva de visitantes foráneos, requiriendo un conjunto de intervenciones y de nuevas disposiciones y normativas que permitan compatibilizar el rendimiento con el respeto ajeno y un estándar elevado de calidad de vida.

En el cap i casal, desde que fueran derribadas las murallas y proyectado el Ensanche, la ejecución más importante fue el desvío del río y su transformación en un frondoso parque, protegiendo así al conjunto histórico de sus terribles avenidas. Sin embargo, durante los últimos años, los actuales conceptos enunciados también han requerido actuaciones interiores para dotarla de un modelo adaptado a las nuevas exigencias. Una muy destacable fue la rehabilitación de la Plaza Redonda de València (diseñada por Salvador Escrig en 1837), acometida entre 2007 y 2012, en un momento en el que era necesario retomar las tareas de recuperación en el conjunto histórico, compensando los recursos desplazados en otras iniciativas de grandes dimensiones. Esta intervención fue coincidente, asimismo, con la puesta en valor de los Ángeles Músicos de la Catedral; con la repristinación de la torre de Santa Catalina, de La Lonja, de las Torres y el puente de Serranos, y del Mercado Central; haciéndose necesaria, pues, entre las propias de un ámbito muy próximo entre sí, pero constitutivo del conjunto más visitado. Así, llevar a cabo el proyecto de restauración de ese lugar recoleto (Vetges Tu i Mediterrània), contribuyó a articular un incomparable recorrido. En la fachada interior se eliminaron los elementos impropios recuperando la escala global del conjunto; se repararon las cubiertas, protegiendo un recinto comercial que aspira a convertirse en un lugar de destino en vez de un territorio de paso. Se dulcificó el umbráculo y se permitió contemplar nítidamente la totalidad sin perder un ápice de su carácter. Es decir, se concibió como una identidad global, retomando aquel espíritu del arquitecto francés Viollet-le-Duc (1814-1879), que propugnaba dotar al ámbito concernido de una integridad total que podría, incluso, no haber tenido nunca.

La segunda intervención a señalar va a ser de ejecución inmediata: la reordenación de la Plaza de la Reina, (Antonio Escario, José María Tomás); constituida en el punto cero de la numeración urbana y en el lugar más concurrido en nuestros días, habida cuenta de su ubicación central y de sus límites con la Seu. Aunque su origen se remonta a 1878, tal como la entendemos hoy procede de la demolición de tres manzanas, iniciada en 1944, comprendidas entre las antiguas calles de Campaneros y de Zaragoza, conjunto destruido que descompuso la orientación de la fachada barroca de la Catedral, que desde ese momento se hace difícilmente comprensible.

El proyecto responde a los criterios que se derivan de los inicialmente expuestos: disminución del tráfico rodado, aminoramiento de la contaminación en sus diversas vertientes, incremento del espacio peatonal, incorporación de un nuevo pavimento, de elementos vegetales, y de climatización, con entoldados y pulverizaciones de agua. Su tratamiento, se comprende, asimismo, necesario, en aras a superar el caos existente.

La tercera actuación acaba de ser ganada en un concurso y por ello está pendiente aún del proyecto de ejecución definitivo. Es la que se ocupa de la plaza de Brujas y del entorno de Mercado Central (Elisabet Quintana, Blanca Peñín). Allí coinciden los accesos a los Santos Juanes, a la Lonja y al Mercado, distintos y condicionados a sus propios edificios; lugar en el que, desde la baja Edad Media, se lanceaban toros, desfilaban las cabalgatas y se practicaban las ejecuciones. Por fortuna, hoy en día, transformado en un núcleo pleno de vitalidad. La propuesta parece enriquecida por un equilibrio armónico, acentuando el valor patrimonial de los edificios relevantes, y concertando los espacios con la actividad y el requerimiento vecinal.

Sin embargo, el éxito de estas tres intervenciones no nos puede llevar a justificar una extrema rapidez en la transformación real de los conceptos y de las necesidades. A mi juicio, nuestro tiempo nos obliga a proponer un estudio ágil, pero transversal, abierto a otras instituciones, e integrado, sobre todo el conjunto histórico, más allá de precipitadas peatonalizaciones y de infiltrados caminos para las bicicletas.