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Gallina y punta

La normalidad sería (¡qué sé yo!) una idea regulativa, un deber ser kantiano, algo que nadie cumple o ejemplariza. Es por esto que digo que si este (del valenciano) fuera un «país normal» (y no estoy diciendo que los haya, hubiera o hubiese, ¡viva el subjuntivo!), podríamos hablar de la desmilitarización de Capitanía con normalidad, sin ese mar de fondo de claros clarines y salvapatrias.

Fíjense que todo cambia, como decía Heráclito: si Capitanía tuvo su origen en la desamortización y desacralización de un convento, no veo por qué su desmilitarización no pueda alumbrar un museo de arte, una biblioteca o el sexto Corté Inglés. Sabrán, porque lo han comido, que desde el hocico al rabo todo es cerdo y que todo se aprovecha: no veo por qué al cerdo del Estado no le podamos dar en sus partes una mayor o mejor o distinta utilidad. Sin cabrearse y las mujeres, los niños y los sargentos primero. Es más, si aumentara la fe, yo sacaría a los soldados, que están algo menguados desde que se jubiló Milans del Bosch y en la gloria esté, y metería a los clérigos de nuevo porque estamos muy faltos de vocaciones y música gregoriana. Todo cambia: desinfectamos un hospital para convertirlo en biblioteca; desamortizamos un convento y lo reciclamos en instituto; descontaminamos una playa de vías y plantamos un parque; desindustrializamos una fábrica y allí tenemos un museo que es la bomba; descarrilamos una estación de trenets y alojamos una comisaría de policía; descomercializamos El Siglo y lo convertimos en el «contenedor» Octubre. Yo qué sé. Nietzsche nos lo dejó bien dicho: «¡no confundirse con el origen y la finalidad, coño!» Es más, yo, o sea, uno, aprovecharía la desmilitarización de Capitanía para desdramatizar los teatros, desacralizar los templos, desescolarizar las escuelas, deshauciar a los bancos, descolonizar las colonias, destronar las monarquías, deshacer lo hecho...vamos y en fin: despiojar, despeinar, desechar.

Pero este no es un «país normal» y algunos piensan que los curtidos y aguerridos militares tienen la piel más fina que el sobaco de una niña. Así, Morera piensa que en lugar de que se vayan, habría que agradecerles el buen servicio de mantenimiento mantenido (valga la) (como si no fueran posibles las dos cosas a la vez: agradecérselo y que se vayan...), y el delegado Moragues ve un «trasfondo nacionalista» y una «corriente contra las Fuerzas Armadas», y debe ser así, porque uno no llega a delegado del Gobierno diciendo tonterías. Pero este no es un país normal, sino extraordinario, y a uno le pasa como al renacido García Sentandreu y a los valencianos y valencianas que no tienen complejos y se sienten orgullosos al pasar por la sede de Capitanía: que donde todo era piel y pelo, ahora es gallina y punta.

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