Como en el argumento contradictorio del escéptico que cree que no cree, uno asiste estos últimos días a las intervenciones políticas de la derecha sobre la unidad de España y la igualdad de los españoles con idéntico asombro. Uno escucha con atención el mosconeo discursivo de Albert Rivera, que parece un bucle obsesivo compulsivo, o el picoteo zasca y malencarado del portavoz del partido Desalojado, cuando hablan de los nacionalistas, independentistas, heterosexuales y populistas radicales, por un lado, y de los españoles como dios manda, por el otro, y llega uno a la conclusión evidente y necesaria de que son los mayores enemigos de cuanto dicen defender. Efectivamente: decir que no lo es a quien quiere dejar de serlo o lo es de un modo distinto al suyo, no parece muy inteligente, más allá de alegrarles el día a los españoles como dios manda. Si la supuesta unidad e igualdad de los españoles está en supuesto peligro, lo que ellos dicen no es la mejor defensa. Con su discurso sobre los «enemigos» de España, para referirse a quienes piensan distinto, no se me ocurre otra solución al supuesto peligro que el exterminio. ¿Si no hay nada de lo que hablar o pactar con los millones de ciudadanos que piensan distinto, qué otro remedio proponen que no sea el exterminio o el de que lleguen a pensar igual dejando de hacerlo de otro forma, cayéndose paulinamente del caballo?

De esa misma estupidez que se alimenta de la alteridad absoluta del otro, y en una escala más próxima, participa el anticatalanismo visceral que azuza el PPCV cuando no tiene otra cosa que decir o cuando tiene otras muchas que callar. Ya comenté en otra ocasión esa especie de ecuación mental que expuso Francisco Camps sobre la Fórmula 1, Barcelona y Compromís, una tontería que parece una aplicación práctica de alguna de las leyes fundamentales de la estupidez humana expuestas por Marco Cipolla. Pero no hace falta buscar ejemplos: llevamos décadas instalados en esa inanidad intelectual. Ahora mismo, por abundar pero no como ejemplo, Isabel Bonig, que está un poco menguada desde que las urnas desalojaron a los suyos de la Generalitat y la corrupción y los mecanismos democráticos lo hicieron del Gobierno central, aprovechando la visita del president Ximo Puig a Barcelona, insiste arbitrariamente en las intenciones invasoras del presidente catalán que «quiere la catalanización de la comunidad valenciana», y denuncia que el Maligno tripartito nos quiere vender al precio del azafrán, en contra de la libertad de elección de los padres de ponerle o no azafrán a la paella. En fin: ¡qué suerte tenemos de tenerte!