La fortuna sonríe a los audaces escribió Virgilio y, según hemos visto, Pedro Sánchez siguió el consejo. Hoy en España hay nuevo Presidente y ha llegado al momento de conocer si pasamos de las palabras a los hechos, si además de predicar se es capaz de dar trigo y si es posible vivir manteniendo unos ideales después de haber luchado por ellos, recordando a Adler.

Resulta difícil resumir el ambiente creado en España tras la moción de censura. Nos encontramos con tensiones pendientes entre los vencedores y cuestionamiento entre los vencidos. Los unos deben demostrar funcionalidad, entendimiento y consideración, los otros es suficiente respeten el juego de la democracia. En realidad ambas partes deben hacer concesiones en favor del entendimiento mutuo partiendo de la convicción de que así fue como la sociedad en su conjunto demostró su voluntad democrática.

En el Reino Unido se habla por Owen Jones en, «El establishment», de la «revolución democrática», como el compromiso de un conglomerado social, solidario y con acciones combinadas, que se diferencia de nuestra tradicional apuesta orteguiana por la «selecta minoría», voces individuales y acciones dispersas. Se trata de la acción organizada del conjunto social y no de opciones partidistas. Una «revolución democrática» destinada a reclamar por medios pacíficos los derechos políticos de todos los ciudadanos partícipes en esta apuesta solidaria.

Pero este compromiso supone esfuerzo y voluntad de cooperación. No coincidencia absoluta sino capacidad de entendimiento. No abdicación de unos principios sino aproximación a una realidad social y territorial. La realidad ha cambiado y las instituciones deben adaptarse a los cambios. Y no al revés. De manera solidaria, o, mejor dicho, comprometida con el cambio por un lado, y aceptando de buen grado el juego democrático por el otro. Como ha sucedido en diferentes comunidades autónomas, entre otras la nuestra gobernada por Ximo Puig, o ayuntamientos, como el de València con Joan Ribó, o Castelló con Amparo Marco.

Pero el resultado verdadero de la moción, cualquiera que sea el tiempo que dure la unción, lo dará el éxito por salvar las diferencias entre los que la aprobaron atendiendo a las necesidades sociales y a las reclamaciones territoriales, con una apuesta razonable acorde con la voluntad expresada en las urnas. Para lo cual la generosidad no debe entenderse limitada a facilitar el acceso a la presidencia del Gobierno, sino que alcanza a llevar a cabo unas reformas tan necesarias como las que deben adoptarse en materia de política institucional e internacional, en particular europea, naturalmente.