Las nubes no son ajenas a los cambios estacionales. Ninguna variable lo es y menos ésta, tan determinada por cuestiones tan cambiantes estacionalmente como la temperatura y la circulación atmosférica. El invierno boreal supone un incremento de la nubosidad más allá de los 30ºN. Los anticiclones subtropicales viajan hacia el sur y dejan el camino expedito a las borrascas del frente polar. Sin embargo, apenas se advierten diferencias entre las regiones oceánicas, sometidas a las borrascas del frente polar y las continentales, bajo el dominio de los anticiclones invernales. Mientras, las nubes disminuyen en los trópicos: Centroamérica y Caribe, y África. Desde el continente negro, esa menor nubosidad se amplía en potencia y superficie hacia Asia, alcanzando su culminación en su sector sur y sudoriental. Después, con menos intensidad, a buena parte del Pacífico occidental, hasta la longitud de las Hawaii. Dominan los anticiclones, y la convergencia intertropical se haya en busca del verano austral. Así se explica, del mismo modo, el aumento de las nubes en el hemisferio sur, sobre todo en las áreas continentales, de mayor y más rápido calentamiento. Más allá de los trópicos y hacia la Antártida, el verano trae una dudosa disminución nubosa. Para nuestro mundo mediterráneo, es llamativa la cartografía estival. Las regiones mediterráneas son las únicas con estación seca en verano, por lo que este período se acompaña con un fuerte descenso de la nubosidad: desde el Atlántico hasta Pekín, pero especialmente intenso entre las Canarias y los bordes montañosos del Taklamakan, fruto del ascenso latitudinal de los anticiclones subtropicales. El mapa de diferencias identifica claramente las regiones mediterráneas australes en Chile, Sudáfrica y Australia.