El triunfo de la Liga Norte en Italia no ha sorprendido —sí preocupado— a una Europa demasiado mal acostumbrada a que la nueva extrema derecha no sólo crezca sostenidamente desde mediados del año 2000 sino que se consolide en prácticamente todos sus parlamentos nacionales. El problema —o la novedad— es que Italia se ha convertido en el primer país europeo donde un partido extremista es el socio mayoritario a la hora de buscar apoyos para formar gobierno. El escenario habitual era el inverso: eran los partidos tradicionales de centroderecha los que buscaban la ayuda de los —hasta ahora minoritarios— extremistas para pergeñar coaliciones de gobierno. Así sucedió con los gobiernos de Silvio Berlusconi encabezados por Forza Italia. Ahora es la Liga Norte de Mateo Salvini quien encabeza la coalición de centroderecha.

Y eso es así porque en la Italia que lidera los índices de paro y corrupción, castigada por la crisis económica y principal puerta de entrada de los refugiados desde el Mediterráneo, el discurso de la Liga Norte encontró por fin el ecosistema adecuado para alcanzar el poder político explotando electoralmente un discurso ferozmente xenófobo y ultranacionalista. Era obvio que Mateo Salvini, flamante ministro del Interior, no iba a dejar pasar la primera oportunidad que tuviera para reafirmarse en los principios abiertamente inhospitalarios de su programa político, ese que le ha permitido crecer electoralmente casi 14 puntos porcentuales. Y esa oportunidad se la ha brindado la llegada del Aquarius. No era la primera vez que migrantes y refugiados se aglomeraban en las costas italianas buscando la promesa del bienestar, pero era la primera vez que había un ministro de la Liga en la cartera de Interior.

El gesto de Salvini tiene dos derivadas fundamentales. Una —centrípeta— tiene una lectura exclusivamente interna: reafirmar a la Liga Norte en un tema, el de la inmigración irregular, que le permite distanciarse de su socio de gobierno y alimentar sus opciones de futuro. No hay que olvidar que, coaliciones electorales aparte, el Movimiento 5 Estrellas consiguió más votos y escaños que la Liga. La otra derivada es centrífuga y afecta a la política europea: ha sido él —y no el holandés Geert Wilders o la francesa Marine Le Pen— el primer representante de la nueva extrema derecha europea en negociar, formar y —a tenor de esta decisión— liderar un gobierno en la Europa de la Unión económica y política. Y esta es la carta de presentación de ese otro tipo de política que él encarna en Europa, porque en EE UU ya está Donald Trump. Toda una declaración de guerra. Salvini bien que sabía que su audacia iba a levantar una gran polvareda informativa mundial. Con esta decisión los italianos han recibido un mensaje claro y contundente: con Salvini, Italia está a salvo. A salvo de amenazas exteriores, sean estas inmigrantes irregulares o tecnócratas de Bruselas.

La determinación de Salvini se ha visto respondida rápidamente por la de Pedro Sánchez, que ha aprovechado la ocasión al vuelo para situar en el tablero político —europeo y español— sus propias piezas. La respuesta de Sánchez también tiene doble lectura. A nivel interno imprime el sello de una nueva forma —muy distinta a la de su predecesor— de hacer y entender la política. El PP no ha tardado en acudir en su ayuda alertando del posible «efecto llamada», ese reclamo que ya utilizaron en época de José Luis Rodríguez Zapatero y que ahora vuelven a hacer sonar para intentar reunir a sus desperdigadas huestes electorales. A nivel europeo le ha situado de golpe en el proscenio de la política europea, como un actor principal y no de reparto: Emmanuel Macron no ha tardado en aplaudirle. Sánchez consigue sacar así un extraordinario rendimiento a la única arma de la que dispone: la gestualidad política. En un escenario donde se presume difícil, si no imposible, reunir la mayoría necesaria para la acción de gobierno, la diferencia la marcan este tipo de decisiones. Si no hay acción, al menos que haya actuación. No es un giro menor: Mariano Rajoy era un político de visera y manguitos, que sobrevaloraba la gestión por encima de la gestualización política y que gobernaba España como un registrador de una propiedad mancomunada. Acabó pagándolo. Como ya señaló Gabriel Tarde a finales del siglo XIX, la sociedad actual no es sólo un conjunto de potenciales electores que demandan una buena gestión, también y sobre todo es un público que asiste a una representación.

Pero si bien es cierto que España se mantiene inmune, de momento, a la penetración institucional de la nueva extrema derecha, también lo es que en nuestro imaginario social el rechazo y la inculpación del inmigrante encuentra un suelo propicio en el que arraigar. Así que a Pedro Sánchez le hará falta, además, una buena dosis de pedagogía para revertir esa propensión a la xenofobia de bajo espectro que inunda calles y bares de este país. Y todavía más en la Comunitat Valenciana, destino del Aquarius, donde el gesto humanitario puede convertirse en un nuevo catalizador para que nuestra reducida pero ruidosa y peligrosa extrema derecha logre protagonismo mediático y social, como ya sucedió en las manifestaciones y agresiones del 9 d´Octubre pasado con la coartada del nacionalismo. Ximo Puig y Mónica Oltra tienen un doble trabajo, porque acoger no es suficiente: es preciso elaborar un robusto discurso alternativo e integrador si se quiere ganar, no una batalla, sino la guerra contra la nueva extrema derecha.