Cuando éramos pequeños nos confesábamos ante el cura, contritos y genuflexos, por cometer actos impuros, que siempre lo eran por mucho que te lavaras. Si el sacerdote se había levantado, digamos que, normal, pasábamos a la siguiente fase; pero si se levantaba quisquilloso, preguntaba que cuántas veces. Aquí daba igual que dijeras 3 que 100: bastaba con añadir la mentira a la confesión y santas pascuas. Tras la absolución y el correspondiente castigo de avemarías, limpio de polvo y paja, te enfrentabas al futuro inmediato de la semana próxima con renovados bríos, porque sin olvido no hay lugar para lo nuevo ni presente, todo lo ocupa el pasado que no cesa de ocurrir. Recuerden el Funes de Borges, ese trágico memorioso. Digo esto, y no aquello, porque no acabo de entender por qué el desmemoriado Màxim Huerta (¡estas cosas se ponen en el curriculum!) ha debido dimitir. Si bien es cierto que no me despertaba ningún entusiasmo, sí que me despierta empatía, la hermana laica de la compasión. Cometió un delito o falta en el pasado, recurrió a los tribunales y fue condenado con una multa que pagó: saldó la deuda. Parece que, sin embargo, no hay borrón y cuenta nueva y que nunca estará ya limpio, suma y sigue. Pues qué bien. Lo cierto es que con esos criterios de santidad curricular uno nunca podría llegar al consejo de ministros, porque falsifiqué la firma de mi padre en el boletín trimestral de calificaciones, aunque, eso sí, el sacerdote que me absolvió me prometiera alcanzar la gloria, quiso decir, el cielo.

(Sobre lo mismo. El ya exministro defiende su «inocencia». Sin embargo, frente al par culpable/inocente, uno prefiere el de culpable/no culpable. La inocencia es el desconocimiento del bien y el mal (cualquiera) e inocente es el que se encuentra en ese estado. O sea: animales y recién nacidos. Aquí nadie es inocente, excepto Francisco Camps que, lo tiene dicho, lo es absolutamente y que, cuando no lo parece como con la Fórmula 1, se ve obligado a recordarnos que somos tontos y que no es lo mismo presidir que dirigir. A lo que iba: Màxim Huerta es no culpable de nada, o sea que no es culpable de todo. O para siempre).

Una cosa es ejercer la oposición y otra ejercer el obstáculo. A bote pronto me vienen a la cabeza el asesor Luis Salom y muchos otros. Piden fotocopias de todo lo habido y por haber, partidas de nacimiento incluidas. La cosa da para un millón de folios, otro millón de horas laborales y la mitad más uno de los funcionarios. Incumplidos los plazos, recurren a los tribunales: están impidiendo a la oposición ejercer su legítimo derecho al obstáculo. En fin: ¡Váyase señor Sánchez!

Jodidos por tanto, pero contentos (al menos y de momento) por esto: ha llegado los refugiados a València.