Un excelente camino para que los niños disfruten de la naturaleza es la observación del cielo, tanto de los fenómenos meteorológicos como del firmamento. No hay mejor época que el verano, gracias al tiempo libre del que disponen durante las vacaciones escolares y a las favorables condiciones atmosféricas. Hace pocos días me sorprendió la cara de fascinación de un chaval de seis años, Roberto, al comprobar que es posible medir la lluvia que ha caído con el pluviómetro, el instrumento básico de cualquier observatorio meteorológico, sea de tipo profesional o de los que están al alcance de cualquier aficionado. Tiene una fascinación especial por la lluvia y siempre está pendiente del cielo para ver si cae o no, algo que le sucede a otros muchos pequeños, cuya curiosidad por los fenómenos naturales o por la fauna es muy positiva. Comprender algunos conceptos básicos al tiempo que se disfruta de la observación de la naturaleza no sólo es compatible con los juegos habituales de cualquier niño, sino que fomenta el respeto hacia nuestro entorno. Ese contacto de los pequeños con el medio natural es la mejor garantía de que cuando lleguen a adultos serán conscientes de que tienen que cuidar el planeta que habitan. Y si además les asombramos con la experiencia de una noche estrellada, todavía entenderán mejor el lugar que el ser humano ocupa en el Cosmos. Lo digo siempre: salvo contadas excepciones, no es buena idea gastarse un dineral en un telescopio para un crío. Antes aconsejo que observen con sus propios ojos, en una madrugada al aire libre, el trazo de la Vía Láctea en las mágicas noches estivales, que descubran la silueta y las formas caprichosas de las constelaciones principales, como la Osa Mayor y Casiopea, o que aprendan a localizar la Estrella Polar. Quizá unos prismáticos sencillos con una buena relación precio-calidad sí que sean una buena opción como complemento. Con ellos, entre otras muchas actividades, de día podrán seguir las aves en movimiento y tener cualquier rincón del paisaje al alcance de la mano. Y por la noche recorrerán fácilmente los campos estelares que pueblan la bóveda celeste, podrán apreciar los rasgos de la Galaxia de Andromeda y distinguir los principales cráteres de la Luna y, ya que este verano está en una posición favorable, ver la esfera de Júpiter así como sus cuatro lunas mayores (Ganimedes, Europa, Io y Callisto) girando en torno a él y cambiando de posición en sus respectivas órbitas. Con los medios adecuados y en un lugar seguro alejado de luces urbanas, con prismáticos o sin ellos, dormir una noche al raso tumbado bajo las estrellas es una vivencia inolvidable para niños y mayores.