Estamos sumergidas en la vorágine de la lucha feminista y no nos damos cuenta de la importancia de lo que las mujeres estamos haciendo, hoy, en España, en contra de los violadores y sus defensores, individuos que siempre han creído, desde que nacieron hombres, que eran superiores a nosotras. La vorágine nos impide ver la realidad de un país que, desde hace 21 años, con el revulsivo que supuso el asesinato de Ana Orantes, ha ido avanzando a pasos cortos, pero firmes y seguros en la lucha contra la violencia de género, con una ley fundamental, desde hace más de una década, en cuyo título se recoge esa palabra maldita para los machistas, que es género.

Hablo, con total naturalidad, de lucha contra la violencia de género o violencia machista cuando en otros países europeos o en Estados Unidos o Canadá, siguen maquillando el asesinato de mujeres como violencia doméstica; cuando las estadísticas europeas todavía distinguen en la violencia que llaman de pareja íntima cuando la víctima es una mujer o un hombre o, peor aún, cuando todavía hay algún país europeo donde las bases de datos del eufemismo violencia doméstica no recogen ni el sexo del agresor ni el de la víctima.

¡Qué bien viven los agresores en esos países donde las noticias no informan apenas de los asesinatos o violaciones de mujeres que día a día cometen los hombres de allí! Donde no hay seguimiento, como hacen aquí algunos medios de comunicación, ni de los juicios en donde son identificados por las cámaras de fotos y de televisión, ni de las sentencias. Porque no olvidemos que lo que los maltratadores y violadores más temen es que se conozca su identidad fuera de la familia; a lo que tienen horror es a ser reconocidos socialmente, por eso algunos se suicidan. Los delincuentes machistas no quieren que se les reconozca por la calle. Por eso son tan importantes los medios de comunicación y las redes sociales: pueden desenmascararlos e identificarlos.

No podemos imaginar la rabia, la indignación y cómo deben de bramar los miembros activos de la ideología de la supremacía masculina cuando los telediarios abren con miles de chicas jóvenes, algunas con el símbolo feminista pintado en sus caras, que gritan y no bajan los ojos contra los violadores condenados y a quienes los defienden. Mujeres jóvenes que ya saben lo que quieren y lo que no quieren, y que no quieren, ya, bailar el agua a quienes no las respetan como iguales. Miles de jóvenes que no quieren ser violadas, ni sometidas, ni dominadas, ni ser consideradas inferiores. Miles de mujeres jóvenes que están aprendiendo a luchar contra las ideas machistas que sometieron a sus ancestras y a muchas de sus madres y abuelas.

Como el 8 de marzo último, que abrió informativos en muchos países, la tarde del viernes, 22 de junio de 2018, miles y miles de mujeres salimos a la calle a protestar contra la justicia patriarcal. La frase se dice en segundos; las fotos clarifican mucho más lo que significa miles o incluso, cientos de miles de mujeres manifestándose, en todo el país, y si las fotos dicen mucho más que las palabras, los vídeos muestran mucho más de la realidad en que se encuentra la lucha feminista en este país. Y el buen estado de la lucha feminista es lo que debe alegrarnos; los condenados a nueve años de prisión, de momento, podrán ir por la calle, pero todo el mundo los reconocerá como los violadores de los Sanfermines.