De modo diferente a lo que le ocurre a ciudades como Madrid o Málaga, y en menor medida a Bilbao, a València aún le queda recorrido para alcanzar a ser una ciudad propia de museos. Con un área metropolitana que ronda el millón de habitantes y después de superar los dos millones de visitantes durante el último año, si exceptuamos el MuVIM, por ser distinto, solo uno de estos centros valencianos rebasó en ese tiempo la modesta cifra de 150.000 asistentes. El museo más frecuentado entre nosotros fue el Nacional de Cerámica González Martí, que excede al de Bellas Artes en más de 40.000 concurrentes, entretanto es el que menos disfruta de presencia habitual entre los medios, siendo, además, sobre el que, en menor medida, se reclama.

Aunque en 1998 se terminó la restauración circunscrita al recinto palaciego, poco se sabe del resto del edificio -añadido en 1971- y que, desgraciadamente, solo se usa como almacén y poco más, porque no reúne condiciones para su apropiada musealización. Un asunto en modo alguno menor, de tal suerte que para que pueda ser adecuadamente utilizado, su interior tiene que ser demolido (tal vez conservando solamente la fachada), para levantarlo de nuevo. Así que una gran parte de lo que por fuera se contempla no es más que un hermoso cascarón pendiente de completar y que lleva paralizado nada menos que veinte años (!).

Hoy en día se estima que para rehacerlo y poder incluir estos espacios en el desarrollo museográfico, son necesarios entre seis y siete millones de euros, cuyo proyecto básico ni siquiera ha sido acometido. Entretanto, el edificio privado adjunto a la gran portada principal, construido en 1867 (que en distintas ocasiones se ha planteado como conveniente para una necesaria expansión futura de las instalaciones), ronda los diez y seis millones, a añadir.

Aunque ahora nos sorprenda, esta ausencia reivindicativa no es extraña en una sociedad dispuesta a tolerar cualquier cosa, a cambio de conservar y defender el fachadismo; de tal suerte, que casi nadie se pregunta por lo que ocurre en el interior de un edificio. Así, el museo más visitado ha devenido en un lugar insuficiente, en el que se atesora un gran cúmulo de bienes patrimoniales, entre otros, pendientes de estudio y de su necesaria difusión.

Sin embargo, a pesar de la precariedad actual de sus espacios (por estar asentado sobre un recinto noble construido para otros menesteres); a pesar de que existe una obligada acumulación de elementos que no facilitan su adecuada percepción; su recorrido apetece, por la calidad de lo presentado, por el rigor en el que los objetos y las cosas se nos muestran y porque responden a los usos y costumbres derivados de una antropología social que a todo visitante lo traslada, y lo remite a unos tiempos en los que la cerámica y las artes suntuarias eran elementos funcionales y decorativos de primera magnitud.

Vale la pena recordar que ya durante la baja Edad Media la cerámica de reflejo metálico originaria de Manises (de las que hay preciosos ejemplos en la colección), tras realizarse después de un largo proceso que incluía tres cocciones sucesivas, era considerada como uno de los objetos más preciados que podían adquirirse o regalarse en Europa, apareciendo en los palacios florentinos, venecianos o flamencos, hasta el punto, de verse representada en pinturas tan importantes como el tríptico Portinari de Van der Goes, actualmente en la Galería de los Uffizi.

Tampoco debemos olvidar otros hitos destacados posteriores, como el hecho de que desde 1609 València se convirtiera en una ciudad azul, a partir del momento en que san Juan de Ribera decidiera cubrir la cúpula de la Iglesia del Corpus Christi con tejas vidriadas, práctica que se extenderá por los templos de toda la ciudad hasta llegar a convertirse en un signo identitario. Ahora -siglos después- retomado por la propia modernidad ese mismo azul cobalto, la experiencia nos enriquece otra vez, (Manolo Valdés, en su Dama Ibérica; o Santiago Calatrava, en el Palau de les Arts).

Así, el azulejo ha sido, y sigue siendo, entre nosotros, un excelente compañero de viaje; porque también desde el siglo XVIII vino iluminado los más diversos lugares: ermitas, iglesias, pozos, escaleras, zócalos, pórticos, patios, fachadas, cocinas; actuando, asimismo, como un revestimiento protector que contribuyó al higienismo emergido en el XIX, y dándole un carácter propio al Modernismo, tanto en su versión burguesa como en su traslación popular, presente en la decoración externa de las preciosas construcciones del Cabanyal.

Pero, adaptándose a cada período, la cerámica se continúa destinando a configurar infinidad de objetos; y, asimismo, como sustrato estético; porque, además de los previamente comentados, otros artistas la han seguido utilizando, entre ellos, Manolo Safont, Enric Mestre o Arcadi Blasco; o Joan Miró y Picasso, proporcionándole una mayor proyección internacional.

Es cierto que si el museo ha conseguido superar los 180.000 visitantes y goza de una amplia estima, se ha debido a que ha optimizado todos sus espacios y todas sus posibilidades, concitando preciosas exposiciones temporales, conciertos, conferencias, seminarios, mesas redondas, publicaciones y numerosas actividades educativas. Todo un esfuerzo que no puede enmascarar que estamos ante un asunto muy serio que requiere de una exigencia común ante el Estado, demandado la necesidad de su ampliación y su rescate.