Hoy es una columna fruto de mis experiencias personales bien aprovechadas, tanto de mi vida diaria como de mis viajes. Y una de esas experiencias más sufridas por su persistencia es vivir y/o trabajar en un lugar mal orientado. Yo he pasado por las dos y, si están pensando en comprar o alquilar una vivienda, les recomiendo que lean hasta el final. En nuestro paraíso mediterráneo, la orientación adecuada es el sur y el este. En invierno, el sol entra por la mañana por el este y a lo largo del día por el sur. La inclinación de los rayos solares es baja (26,5º), por lo que penetran dentro de la vivienda y la calientan. ¿Dónde instalar el dormitorio o una buena sala de lectura? Mirando al sur. Más de uno pensará: Y en verano, ¿qué? En verano el sol está más alto (73,5º), por lo que no entra en la vivienda. Para las orientadas al oeste, les espera un interminable infierno. El sol se pone por esta dirección por lo que a medida que va bajando, calienta el interior hasta su puesta, dejando un pequeño horno que hace las calurosas noches aún más insoportables. El invierno no trae consuelo, porque el sol se pone pronto y no aporta apenas calor. Mi experiencia me sirvió para elegir correctamente mi despacho en la Universidad. El laboratorio de Climatología, crueldades del destino, está mal orientado y eso no hay aire acondicionado que lo compense, por lo que en las tardes de verano, visitarlo es entrar en una simulación de cambio climático, con la diferencia que esta sí se cumple. Pero, ¿qué ocurre lejos del cálido mediterráneo? Pues el sol vespertino no es ninguna maldición. Al contrario. En países en los que apenas se ve el sol invernal, no hay como disfrutar del astro rey hasta su último rayo, por lo que, al margen de otros condicionantes, en Finlandia las terrazas y porches se orientan al oeste.