Es muy difícil cambiar la opinión de los ciudadanos en algunos temas. Sobre todo, cuando se ha estado acostumbrado a emplear conceptos que han sido plenamente asimilados en el imaginario colectivo. Así ocurre con la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos). La gente no se familiariza con esta expresión. No cuaja socialmente. Y en esos casos es mejor no insistir. La sociedad española, y muy especialmente, los ciudadanos del litoral mediterráneo, saben perfectamente lo que se quiere decir con la expresión «gota fría» y no quieren más nomenclaturas que además resultan excesivamente técnicas. Otra cosa es que se le explique bien lo que es una «gota fría» y los efectos meteorológicos que puede tener en cada época del año. Y que no siempre «gota fría» es sinónimo de inundaciones, aunque siempre es equivalente a elevada inestabilidad atmosférica y lluvias más o menos abundantes o intensas. Cuando comenzó a utilizarse la expresión «gota fría», a finales de los años setenta, en los medios de comunicación en nuestro país la gente no sabía lo que se encerraba en esta expresión. Tuvo que ocurrir el desastre de la «pantanada» de Tous en 1982, para que la «gota fría» recibiera el bautismo oficial en sociedad y en poco tiempo fuera conocida y utilizada de forma cada vez más amplia. Por eso, intentar sustituir esta expresión por otra nueva, como DANA, es una tarea, creo yo, inútil. Esforcémonos en explicar a la sociedad el proceso de formación y los efectos de la «gota fría» para hacerla más entendible y coloquial. Así garantizaremos que las alertas «por gota fría» sean asimiladas por los ciudadanos de forma rápida. Dejemos la DANA, en todo caso, para los artículos científicos.