Les viene bien a los políticos tener temas nuevos para debatir. Seguirán enzarzados con la cuestión catalana, con la posible vuelta del artículo 155 de la Constitución, con el traslado de los restos de Franco o con la financiación autonómica. Pero para los próximos meses se une otro asunto que va a dar mucho juego. Resulta que la Comisión Europea, barruntando que los ciudadanos no estaban muy conformes, decidió realizar una encuesta no vinculante, y ha averiguado que la mayoría de los europeos no desean seguir cambiando la hora de sus relojes dos veces al año. El acuerdo de unificar en Europa el doble cambio horario es de 2001, aunque ya desde 1973, con la crisis del petróleo, había países que lo venían aplicando. Si fructifica la vuelta a un horario anual único, proceso que aún puede durar, cada estado miembro seguirá siendo libre para determinar el huso horario en el que se sitúa, cuestión en la que España desentona en la actualidad. Y aquí tenemos nuevos motivos para que los políticos se posicionen, argumenten, debatan y se descalifiquen. ¿Cambiamos de huso una vez Europa haya eliminado el doble cambio horario? Aunque la Comisión parece inclinarse por el horario actual de verano para siempre, ¿nos quedamos con este o con el de invierno?¿Qué hacemos con las Islas Canarias, que quieren seguir con su hora de menos? La polémica política está servida. Y al Gobierno se le presenta otra cuestión de la que podría obtener algún rédito electoral con poco gasto. Asuntos así dan gusto siempre que se manejen con acierto. Algo parecido al tema del Valle de los Caídos, cuya solución tampoco parece requerir un excesivo presupuesto.

Muchos nos hemos opuesto al doble cambio de hora aún vigente. Como siempre, sin grandes estudios previos se decidió en 1974 adelantar los relojes en primavera y atrasarlos en otoño. Se pretendía obtener un considerable ahorro energético que nunca se cuantificó- Pero los ciudadanos notábamos molestias que ahora, cuarenta y cuatro años después, vienen a reconocerse. Los cambios afectan negativamente a la salud de las personas. A partir de finales de marzo te acuestas sin sueño y te levantas cansado por haber dormido poco. Y a partir de octubre el estómago demanda la comida una hora antes. La consecuencia es que durante unos días mucha gente anda desorientada y tal vez con medicación. Es decir, podrá ahorrarse energía -parece que muy poca-, pero se produce un malestar físico. Como consecuencia, la industria farmacéutica gana, mientras pierde la productora de energía.

Pero el mal trago parece terminar. Aunque, al margen del huso horario que se adopte, hay una cosa clara: en España vivimos retrasados con respecto al resto de Europa. Vamos al restaurante cuando en otros países ya habrían cerrado la cocina; nos levantamos tarde y trasnochamos más que nadie; cerramos los comercios cuando ya es hora de dormir; empezamos y acabamos de trabajar más tarde. Y aquí es donde habría que incidir. Una homologación con Europa debería producirse manteniendo durante todo el año el actual horario de invierno. Un más temprano anochecer ayudaría a adelantar el conjunto de actividades diarias. Aunque al turista le pueda atraer nuestra nocturnidad, a la que pronto se adapta, un ligero adelanto tampoco le haría marcharse. Seguirían viniendo a tomar paella con sangría a las ocho de la tarde.