Mis cursos se inician con la circulación atmosférica y en aras de hacerlo más interesante, echo mano de algún experimento y de las aventuras y desventuras de los marinos, sometidos a los caprichosos anticiclones, borrascas y su nexo de unión, los vientos. Pero he advertido que he comentado menos los infortunios climáticos a los que se veían abocados los viajeros por tierra, por ejemplo, en la Ruta de la Seda: 6,000 kilómetros que unían Oriente y Occidente. La ruta, desde Venecia, llegaba a los puertos de Oriente Próximo (Tiro, Antioquía) y penetraba en el desierto entre Damasco y Bagdad. Desde la urbe mesopotámica, seguía el corredor de tierras de clima mediterráneo que separa los desiertos de Asia Central del iraní. En Mashhad, importante centro de peregrinaje islámico, la Ruta se dividía primero, en dos ramales y posteriormente en otro tercero, con el fin de "atacar" las grandes cordilleras centroasiáticas. Los dos primeros, las atravesaban para luego encarar, bien por el norte, bien por el sur, el desierto de Taklamakan. Montañas y desierto eran evitados por el tercer ramal, aún más norteño. Las tres se reunían en Dunhuang para dirigirse hacia Xi´an, a partir de la llamada Puerta de Jade, siguiendo el Corredor del Hexi, entre el desierto de Gobi y los Montes Qilian. Por tanto, el estrecho paso de unos 1,000 kilómetros quedaba constreñido por un clima desértico frío y un clima polar de hielos perpetuos, determinado por las elevaciones montañosas. La ubicación de Xi´an no era casual: el extremo nordoccidental de los climas templados, ya sean los húmedo-secos subtropicales, con estación seca en invierno; o el chino, hacia la costa, sin estación seca. La llanura, de lluvias generosas y temperaturas suaves, conformaba del núcleo del «Reino del Centro».