José María Aznar regresó al Congreso de los Diputados para comparecer ante la comisión que investiga la presunta financiación ilegal del PP. Y lo hizo arropado por la guardia pretoriana de la formación que ahora preside Pablo Casado.

El expresidente exhibió un tono distante, duro, prepotente y chulesco en sus respuestas al tenso interrogatorio al que fue sometido. Y lo hizo con la afectada gestualidad de una suerte de paresia facial que mantenía sus labios inmóviles y los músculos de la boca paralizados cada vez que hablaba. Me dio la impresión de contemplar a un ventrílocuo algo ido y sin un Monchito en los brazos, mientras la desconcertante ausencia de gesticulación en el rostro de este singular personaje mostraba la apática displicencia de una persona que no traslucía sentimiento alguno, y sólo deja entrever la ególatra soberbia que su narcisismo destilaba desde la distancia que imponía la hierática máscara de sus facciones.

La hipnótica voz de Aznar, musitada con menos acento texano que en otras ocasiones y una descarga artillera de frases, ora falaces (mintió más que parpadeó), ora ofensivas (e insultó otras tantas), proferidas como escupitajos, dejaron constancia de la endiosada arrogancia de unos de esos fachendosos que experimentan orgasmos con sólo verse en un espejo.

Pletórico de endiosada fatuidad, el bajito del Trío de las Azores trasladó a sus interlocutores —y ojalá lo percibiera toda la ciudadanía—, la esencia pura de una época atiborrada de corrupción, de amiguismo, de privatizaciones y de la más descarada antítesis de lo que debería ser una política social que proteja a los sectores más desfavorecidos y vulnerables.

Aznar mintió con despótica arrogancia al negar hechos más que demostrados, y no asumir un ápice de la responsabilidad que le correspondía como presidente de Gobierno que era cuando se produjeron los hechos investigados. Negó la caja B de su partido, negó que España interviniera en Irak, negó conocer a Correa, negó muchas mas cosas y lo hizo con seguridad unas veces y balbuciendo cuando Pablo Iglesias lo puso contra las cuerdas con golpes veraces y certeros.

Por todo ello, le doy las gracias señor Aznar. Gracias por poner en evidencia la ralea a la que usted pertenece, y que tanto le gusta al nuevo —y ya rancio— PP que lidera el señor Casado, el sonriente rey del mambo de las convalidaciones bendecido por el Tribunal Supremo, a quien usted ungió antes de iniciar su comparecencia con un abrazo y unas palmaditas en el cogote.

Gracias por poner los puntos sobre las íes de su nefasta personalidad, y hacérnosla ver sin necesidad de un perfil psicopatológico que, no obstante, no descarto escribir en breve.

Deseo que la imagen de perdonavidas con traje caro y reloj de alta gama que usted ofrece, haya llegado a la gente sana y decente que vota al PP, y les ayude a conocer de una vez por todas lo que este partido representa, a fin de que se abstengan de votar a la gaviota antes de reflexionar y en beneficio de todos.