En mi etapa de estudiante regresaba al instituto bien entrado septiembre. Hoy, como profesor, entiendo que organizar el inicio de curso implica un ingente trabajo, no sólo del cuerpo docente, sino de la propia Conselleria d´Educació, tan empeñada en convertir en guarderías los centros educativos. Recuerden ese curso que arrancó el segundo día de septiembre, a piñón: sudamos la gota con una ola de calor histórica, la hostelería criticó esta medida por acortar su temporada? En fin, se trata de contentar a esas familias que confunden colegios e institutos con aparcamientos y quien esto firma entiende -pero no comparte- semejantes decisiones populistas.

Las prisas siempre son malas consejeras. A escasos días del inicio de curso, nos enteramos de que la Religión cobraría rango de optativa en 2º de Bachillerato por decisión judicial (ya saben esta funesta manía de los jueces dictaminando contra nuestras libertades). Así que, en tiempo récord hubo que informar a un alumnado de vacaciones, modificar horarios confeccionados en julio, rehacer las matrículas y, por si fuera poco, suprimir horas de aquel profesorado que las perdía (sé un caso en donde Literatura Universal pasa de 5 a 0 alumnos; otro, de 30 matriculados en Psicología a 15). ¿Tanto cuesta iniciar el curso a partir del 20 de septiembre, por ejemplo? Planificar la educación requiere su tiempo y más cuando el disparate impera en la rutina nacional. ¿Por qué siempre trabajar a contratiempo? Cuando era alumno el curso empezaba casi en octubre y la enseñanza no era peor.

Tiempo le faltó a la Conselleria d´Educació. A última hora informó al profesorado interino de que no cobrará el 1 y 2 de septiembre con argumentos inspirados en El Mundo Today. ¡Todo un récord de sinsentido y pusilanimidad administrativa! Mientras tanto, cada loco -y loca- con su tema, pues el profesorado sólo se pone de acuerdo en una cosa: en que cada uno -o una- salve su pellejo. ¿Y qué decir de esa novedosa aplicación para dar de alta la nómina de nuestra clase trabajadora? (Sí, que eso somos: clase trabajadora). Pudimos lograrlo invirtiendo sudor y nervios, abusando también de la paciencia del primo programador de la profesora de turno. Bien, ¡solucionado! El tiempo corría en contra del profesorado si desea cobrar a fin de mes, pero, ¿qué más da?

Me pregunto si es posible hacer bien las cosas. La sensación de impotencia, desesperación y desconcierto es unánime entre el profesorado. Sufrimos nuestras vicisitudes en un insano silencio, roto sólo en los foros virtuales. Duele esta lucha kafkiana contra una Conselleria d´Educació que dificulta y multiplica los fantasmas allá donde no debería haberlos. A ver si llega un Gran Hermano que televise tanta sandez, a ver si así la ciudadanía se entera de las batallas del profesorado sin incluir las propias del aula, que esas al fin y al cabo parece que hay que soportarlas porque nos pagan «para eso». Sufrida expresión, camaradas: «para eso», ¿o para ESO? No sé qué rayos quiere decir ese abstracto «para eso». Espero que no signifique que, en tanto que docentes, debemos tragar y permitir elevadas cuotas de miseria moral, incompetencia y desfachatez administrativa. El delirio kafkiano de la administración educativa me desborda. ¿Y si nos plantamos?