Escribo este artículo conmocionado por los acontecimientos de las últimas horas en el este de la isla de Mallorca. 10 fallecidos y numerosos daños materiales como consecuencia de una crecida súbita muy violenta de ramblas y barrancos de los alrededores de Sant Llorenç y Artà, entre otras localidades, tras un diluvio que ha dejado puntualmente más de 250 l/m2 en unas 5 horas, es decir, lo que llueve de media en un año en el litoral del sureste peninsular. Estos diluvios además suelen tener un carácter muy local, por lo que muchas veces son imposibles de prever, y especialmente en el ámbito mediterráneo en esta época. El relieve o/y los ascensos de aire sobre un determinado lugar pueden provocar que un sistema o una tormenta se vaya regenerando sobre el mismo sitio, alcanzándose en algunos casos acumulados extraordinarios. Aunque he leído y oído que fenómenos así suceden cada 1000 años, esto no es así. Estas trombas de agua muy localizadas son relativamente frecuentes en el litoral mediterráneo, y antes se nos escapaban muchas por la ausencia de una red de estaciones densa, en la que había que tener mucha suerte para que la precipitación cayera justo donde hubiera un pluviómetro. Gracias a organismos oficiales y asociaciones de aficionados, se va confirmando lo que intuíamos: que aguaceros del orden de 200 mm en 5 o 6 horas se sueñen producir cada 1-3 años, especialmente en la mitad oriental. Por otro lado, ya hay quienes se excusan en el cambio climático (el comodín habitual) para explicar la situación de las últimas horas. Qué rápido nos olvidamos de las riadas de las décadas pasadas, y qué rápido se construye también donde no se debe. Como ya comentó ayer mi amigo Enrique Moltó, las víctimas humanas y materiales en estas situaciones no se deben a una sola causa (el comodín de la fuerza de la naturaleza), sino a un conjunto de ellas.