El jueves pasado asistí a un acto de la Fundació Horta Sud, apoyado por la Conselleria de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación para poner en valor el asociacionismo valenciano. En el acto, varias asociaciones, representando de norte a sur el territorio valenciano, desde el Maestrat a la Vega Baja expusieron qué entendían ellas por asociacionismo. Me sorprendió la fuerza de las mujeres que participaban en el mismo, porque además éste se centraba en ellas, mujeres anónimas que tejen alianzas diarias para mejorar sus entornos. En especial me llamó la atención cuando una de ellas afirmó que las asociaciones no debían ser sólo efectivas, sino también afectivas. Y eso es justamente uno de los puntos más importantes de la reflexión. Es una traslación al asociacionismo del lema «Si no puedo bailar, no es mi revolución». Porque las asociaciones no sólo luchan por mejorar sus entornos, sino que también ayudan a establecer relaciones interpersonales, a crear comunidades, a tomar conciencia colectiva. El poder siempre tiende a individualizarnos, a hacernos más pequeños. Por eso el neoliberalismo ensalza sobremanera el individualismo. Todos sabemos que la unión y la organización puede cambiar las cosas, pero solos, cada uno de nosotros, estamos perdidos.

Una sociedad viva, consciente y crítica es una sociedad con una fuerte red asociativa. Mi propia formación política se gestó en el movimiento de lesbianas, gais, trans y bisexuales. Un movimiento que se estudiará en los libros de historia como uno de los más exitosos de nuestra historia reciente. Pues bien, allí es donde aprendí qué era la política, en mayúsculas. Allí me di cuenta que fuera de la vida de los partidos políticos, de las instituciones, la gente se organiza para luchar para cambiar la realidad que le rodea. Hace décadas que el movimiento LGTB decidió tejer una estrategia para reivindicar nuestros derechos y convertirnos en ciudadanos de primera. Y se consiguió. Nuestro país se convirtió así en un referente mundial en igualdad de derechos. Por fin España no ocupaba el furgón de cola. Analizando el caso, por supuesto que al final del recorrido fueron el Parlamento y los partidos políticos quienes aprobaron las leyes de la igualdad, pero eso no habría sido posible ni mucho menos si durante muchos años antes las asociaciones LGTB no hubieran trabajado y presionado para ello. El botón verde en el Parlamento fue el final de un camino que iniciaron mucho antes los y las activistas por la diversidad. La sociedad civil organizada fue por delante, los partidos (de izquierda) y los gobiernos, después. Éstos son los cambios verdaderamente irreversibles, los que provienen de abajo a arriba.

Por eso, cuando oía a estas mujeres hablar de sus realidades, de cada uno de sus municipios, inmediatamente conecté con mi experiencia en el movimiento asociativo antes de mi paso por la política partidaria e institucional. El asociacionismo es un motor de ciudadanía. Cuidémoslo. Asociémonos. Participemos.