«A ran de terra et fas posible. Brostes/a flor de nafra colps de dol i vent./Altíssim Regne de l´Amor ! Aquesta/que et lloa espera confiadament». Matilde Llòria (196o)

En una semana, Felipe VI ha asistido a tres actos en València: Congreso de la Empresa Familiar, Premis Jaume I y la Noche de la Economía Valenciana. Los discursos, anodinos y regionalistas, no han despuntado. Velada amable de trajes largos y ocasión perdida. Focos, micrófonos y medios de comunicación sin relevancia en el resto de España. Algo pasa para que el jefe del Estado le dedique tanta atención a la Comunitat Valenciana. ¿Será que las cosas cambian y el País Valenciano está de moda?

Reivindicar. El ministro de jornada y Fomento, José Luis Ábalos, exultante, se fue de rositas sin exigirle corredor ni la financiación justa que se pidió en manifestación. El único que fue al grano, el alcalde de València, Joan Ribó, que describió el acento económico de su relato municipal. Recordó el cese fulminante por la dictadura franquista de su antecesor, Tomás Trénor Azcárraga, segundo marqués del Turia, ahora hace 60 años, por reivindicar. Exigió para València el mismo trato metropolitano del Gobierno que reciben Madrid, Barcelona, Bilbao o Málaga. La valenciana es una autonomía cómoda para los gobiernos de Madrid. El Estado se siente a gusto y complacido con ella.

Mal menor. Lo que pretendió Mariano Rajoy con el expresident Alberto Fabra, lo han conseguido el Consell del Botànic, con Ximo Puig y Mónica Oltra. Había que alejar a los corruptos del poder. Después sanear las instituciones y regenerar la política. Para marcar una línea de progreso moderada que sitúe a la valenciana entre las autonomías atractivas. Sin algaradas ni acciones de no retorno. La Generalitat Valenciana, con agravios similares a los de Catalunya, ha de marcar fronteras y evitar contagios. El Consell del Botànic cumple. Así podrá repetir, mientras la oposición se descompone sin poder. Purgan las corruptelas y zozobran en el mar de la contradicción. Los poderes fácticos -económicos, eclesiásticos y políticos-, que mandan de verdad, aunque sienten alergia al Botànic -tal como confesó Vicente Boluda-, controlan la situación. Prefieren la izquierda posibilista al desgobierno en que desembocó el Partido Popular.

Complicidad. En 2018 se vuelve a los tiempos de inquietud y zozobra. El Regne de València, el de Jaume I, fue plenipotenciario y confederado en la Corona de Aragón. En el ocaso de la Primera República, la Restauración monárquica fue una realidad en diciembre de 1874, por la contribución de conocidos personajes valencianos (José Campo, después marqués de Campo; marqués de Cáceres, después grande de España; Cirilo Amorós) que financiaron y organizaron el golpe de Estado del general Martínez Campos. Allanado el camino, desembarcó Alfonso XII, ´el rey simpático´, en Sagunt, para trasladarse a Barcelona y después a Madrid, donde se consolidó el cambio de régimen. Sin la ayuda valenciana, puede que la dinastía reinante en España no tuviera el poder que reafirmó en la transición de la dictadura a la democracia con la Constitución de 1978.

Buenos chicos. La Comunitat Valenciana, con cinco millones de habitantes y trayectoria estable, es la autonomía del 10 % de España: en población, exportación, superficie o PIB. Tras más de veinte años de hegemonía del Partido Popular, en 2015 se abrió a la coalición progresista -Compromís, PSPV, Podemos- del Botànic y del Ajuntament de València de la Nau. Experiencia compleja, en la que las fuerzas conservadoras no confiaban y que finaliza la legislatura con probabilidades para repetir. La política valenciana es poco y mal valorada de Contreras hacia la meseta. Ignorada por la convulsa Catalunya. Y permanentemente agredida desde esta orilla del Segura, por el sur. Hace un siglo se levantó un cierto valencianismo ´bien entendido´. Su aldabonazo fue la Exposición Regional Valenciana de 1909. Una llamada de atención de la pujanza valenciana, inaugurada por Alfonso XIII, que al año siguiente la convirtió en «nacional». Su promotor, Tomás Trénor Palavicino, fue recompensado con el título de marqués del Turia y padre del alcalde defenestrado en 1958.

A la valenciana. Se vive el más bajo perfil en expectativas de la Comunitat Valenciana. Ni la economía en conjunto -el conseller, Rafael Climent, ha de tomar nota- ni la industria, ni los servicios ni el turismo desestacionalizado, despuntan. La agricultura, base rural de la economía doméstica, sigue amparada por una conselleria que no gestiona el despegue, sino su declive. Falla la calidad institucional, como recoge el informe del IVIE -que dirige Paco Pérez- y del BBVA, para evaluar su déficit crónico, acrecentado con la lacra de la corrupción. Fallan los dirigentes empresariales, los políticos y quienes deberían liderar desde la administración institucional. No necesitan ganar elecciones ni atraer negocio. Sólo se dejan teledirigir por quienes controlan los resortes del poder. Sobran dependencias, claudicaciones, telarañas y pesebres.