Los resultados de las recientes elecciones andaluzas han provocado contento en unos y perplejidad en la mayoría. Como suele suceder tras cada contienda electoral, todos los partidos buscan indicios para la complacencia y la satisfacción; pero, la verdad es que, si se cree en la democracia y se toman las cosas en serio, hay bien pocos motivos para la fiesta y el champan.

El partido ganador, se miren los datos como se miren, se denomina Abstención y no ha obtenido ningún representante, pese a sumar el 41,35% de los No-votos. Entre la lealtad, la voz y la salida, ha preferido seguir esta última, pues 2.600.000 potenciales votantes decidieron «irse con la música a otra parte». Pese a su abultado volumen, como ahora la batalla urgente consiste en ocupar el poder, nadie se va a acordar de ellos. Y luego, tampoco.

Pero, no podemos obviarlo: este es el segundo dato más importante de los resultados, pues el primero se halla en que un millón más, el 58,65% sí fueron a votar. De aquí surge una rotunda conclusión: en la sociedad andaluza existe una fractura política de primera magnitud que se manifiesta en la práctica de Votar-Novotar, pero que tiene raíces económicas, sociales y culturales profundas.

Este resultado no debería extrañar, porque uno de los graves problemas del funcionamiento práctico de la democracia es su capacidad de jibarizar o reducir las opiniones sociales mediante técnicas de representación legítima. Entre lo que el cuerpo electoral piensa y la representación que surge de las urnas, como por arte de magia, se dan procesos de reducción y simplificación muy peligrosos que luego se «blanquean» con el jabón de la legalidad.

Veamos. Una pregunta típica de numerosos barómetros del CIS y de los centros que se dedican a la demoscopia política indaga por la simpatía hacia los partidos políticos existentes. En el barómetro del CIS de noviembre de 2018 el partido que suscitó mayor simpatía se llamaba Ninguno; obtuvo un 56,2% de citaciones; y el Nosabe-Nocontesta, tampoco estuvo mal, pues quedó por delante de cualquier otro partido, aunque sólo logró un apoyo del 11%.

Prosigamos. Otra pregunta más típica y frecuente aún es la que propone a las personas entrevistadas que declaren su posición en un eje que va desde el 1 Izquierda hasta el 10 Derecha. Al estudiar las respuestas de los últimos cuatro años, es decir, desde 2015 a 2018, ambos incluidos, se constata, de nuevo, que el resultado más llamativo se da en el porcentaje correspondiente al Nosabe-Nocontesta. En junio de 2018, esta categoría llegó a captar el 23% de las respuestas.

A ello, hay que sumar el hecho de que la estructura de distribución de la orientación ideológica no ha cambiado sustancialmente en estos cuatro años. Por tanto, no existe correspondencia razonable entre el repertorio de opiniones de la población y la estructura partidista de representación acrisolada en las instituciones. Este fenómeno, llega en determinados ámbitos al esperpento, pues en medio de tasas altísimas de abstención, brotan minorías que controlan las instituciones en nombre de la totalidad y deciden ignorar las condiciones que producen su poder.

Ante esta realidad, reiterada una y otra vez, el funcionamiento de los órganos democráticos se han vuelto mudos, ciegos y sordos. ¿No hay nada que hacer? ¿No hay instrumentos para corregir un hecho de tal magnitud? Luego se dirá que los electorados son "desafectos". Pero ¿quiénes son realmente los desafectos? ¿de dónde surge esta insondable brecha? Existen instrumentos y opciones para corregir las cosas, aunque voluntad no parece. Alerta, que «ahora» viene el lobo. Por todas partes.