Desde hace un tiempo (demasiado) se alimenta en multitud de foros un enfrentamiento entre ecologistas y mundo rural, tal vez como un sub-apartado de otro mayor entre rurales y urbanos.

Absurdamente se está hinchando un globo que no beneficia a nadie. Mejor dicho, tal vez sí beneficia a los intereses políticos de una derecha muy conservadora que piensa en el mundo rural como un vivero de votos, más que en una realidad social compleja y difícil a la que se debe encontrar soluciones realistas y viables en el siglo XXI.

Esta confrontación es penosa, porque no ayudará ni un ápice a las personas que reclaman una situación más justa y un futuro digno para unas comarcas marginadas desde hace muchas décadas, cuando los ecologistas ni existían, pero sí los caciques, la derecha brutal y los que consideraban que a la economía hay que dejarle hacer a su aire, aunque hayan muchas bajas humanas por efectos colaterales. Aquellos que nos decían que el humo contaminante de las fábricas era el progreso y que el urbanismo desordenado de las ciudades del litoral y el turismo barato y degradante era tipical spanish.

Para luchar por un mundo rural digno, y por un futuro digno de ese nombre, hemos de colaborar toda la sociedad. No será fragmentando aún más a los más desfavorecidos y enfrentándolos entre ellos como conseguiremos mejorar la situación. Si caemos en esa trampa sólo se beneficiaran esos especuladores sin escrúpulos que el PP ha sabido regar y alimentar tan bien durante décadas (como antes hizo el franquismo, sin más apellidos).

La sociedad urbana ha de ayudar, y mucho, al mundo rural. Los ecologistas son aliados en esta tarea y han de serlo aún más. Hemos de tender puentes en vez de escuchar a los que alientan la lucha de gallos, y el rio revuelto, para su beneficio.

Los ecologistasfueron los primeros en alertar a la población de los riesgos del cambio climático; una situación que perjudicará y mucho, al mundo rural. Y también han sido los primeros en reclamar ayudas e intervenciones para evitar, mitigar y compensar los efectos, cosa que pude ayudar, y no poco, a las zonas rurales.

Los ecologistas han sido de los primeros en defender la agricultura, la soberanía alimentaria y las fórmulas de producción y consumo más ecológicas, de mayor calidad y de proximidad, algo que va en total defensa de los pequeños agricultores y contra los abusos de las grandes multinacionales del sector, que son unas auténticas devoradoras de empleo y destructoras de todo el entramado de la agricultura familiar tradicional, además de contaminantes e insostenibles.

Los ecologistas defienden la protección de los ecosistemas más valiosos de las comarcas del interior, y con ello no les hacen la puñeta los habitantes como algunos piensan, si no que están protegiendo el capital más valioso que tienen estos municipios. Todos los estudios económicos efectuados en todas las regiones del mundo nos lo dicen claro: la protección de la naturaleza reporta beneficios contantes y sonantes para los habitantes de las zonas protegidas. Unos son indirectos, como la mejora de vías de comunicación, servicios y otras infraestructuras (no necesariamente autopistas ni aeropuertos, ni puentes para donde no hay ríos, ni pantanos para donde no hay agua). Otros beneficios son directos, en forma de ingresos municipales, de puestos de trabajo, de pequeñas y medianas empresas que ofrecen servicios relacionados con el turismo rural, la restauración de patrimonio y los edificios, la vigilancia, la educación ambiental y la conservación y restauración del medio natural. Naturalmente, para optimizar estos beneficios es necesaria una buena estrategia, una colaboración institucional, unos recursos económicos diversificados y un tiempo para que esto se ponga en marcha. Pero este enfoque sí que deja ver un futuro realista y viable. Proyectos de campos de golf, pistas de esquí en el secano y promesas de maravillas imposibles, no sirven de nada.

En contra de lo que algunos propagan, en las zonas forestales y también en los parques naturales, caben muchas actividades de diverso tipo: caza, actividades agrícolas, ganaderas y una explotación forestal sostenible y diversificada, así como actividades turísticas, deportivas, educativas, culturales, etc., etc. Naturalmente con una planificación y regulación y conciliando intereses, de forma abierta, colaborativa y realista. No hay nada peor que tener fe en milagros, reyes magos y otros cuentos de hadas. Lo que se proponga ha de ser real, viable y sostenible; si no es así se convierte en un fracaso anunciado a los cinco o diez años, si se llega a tanto.

En este sentido, también los ecologistas han sido los primeros en acoger con firmeza y defender la propuesta efectuada por el investigador Ricardo Almenar sobre un pago por los servicios ambientales que los bosques nos ofrecen. Es decir, establecer una tasa finalista para recoger fondos que reviertan directamente en el mundo rural, en los habitantes y los ayuntamientos del interior, para generar rentas, afianzar empleos, poder financiar actuaciones que reviertan en una gestión forestal exigente y realmente sostenible. Al mismo tiempo se beneficiará toda la sociedad valenciana, porque el agua que se infiltra en las montañas riega los campos del litoral y da de beber a las grandes ciudades; y porque esa vegetación retiene el suelo y mantiene su fertilidad y evita inundaciones catastróficas en zonas llanas. Y porqué los ecosistemas bien conservados que son valorados y buscados por visitantes locales y extranjeros, que pueden dejar dinero en los pueblos, también absorben CO2 y minimizan el cambio climático.

Por lo tanto, los ecologistas son los primeros aliados que ha de contemplar el mundo rural, y todos hemos de tener consciencia de que el mantenimiento de una buena y diversa cubierta vegetal en nuestras montañas no sólo beneficia a los habitantes de las comarcas del interior, sino a todas las valencianas y valencianos y por eso es justo que todos contribuyan a su mantenimiento y al mantenimiento de la población rural, mejorando su calidad de vida y su economía. En esto vamos a entendernos o, por lo menos, deberíamos intentarlo.