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Hablar bien de lo bueno

Siempre he pensado que una de las heridas más grandes que nos dejó la caída del régimen de los grandes eventos fallidos y los delirios de grandeza fue la de la autoestima. En esta ciudad se intentó sustituir nuestra identidad colectiva por otra artificial. Y se logró con cierto éxito a costa de olvidar aquellos aspectos clave que marcan el largo plazo de una ciudad, entre estas nuestro respeto y paralelamente nuestra presencia en el proyecto conjunto de España.

En València hemos encadenado, muy especialmente en la etapa de Mariano Rajoy, presupuestos generales que nos han marginado hasta puntos que nadie habría soportado, y que ni siquiera se habría atrevido a plantear en Madrid, Barcelona o Sevilla. En cierta manera ese grado de tolerancia se ha debido a que, aunque progresamos adecuadamente, no nos hemos caracterizado por ser una sociedad lo suficiente cohesionada para defender lo que es de todas y todos. Tristemente parece que castigar a València ha salido más barato.

Hoy, con unos presupuestos que han multiplicado casi por 9 la inversión en nuestra ciudad sumando cerca de 430 millones de euros, creo que la reflexión que tenemos que hacer no es solo si son buenos o malos, porque creo que las matemáticas dejan poco margen de duda, más allá de que deban siempre ser mejorables y los mejoraremos. La reflexión debería ser si somos capaces de hablar bien de lo bueno, de no renunciar a nada de lo pendiente, pero si celebrar lo que supone este momento. Tan importante es indignarse por lo malo como defender los éxitos conseguidos, especialmente, para las que somos progresistas.

Especialmente importante para quienes somos valencianistas. De un valencianismo cosmopolita y pragmático que consigue dar pasos hacia delante. Porque ser valencianista no se limita a algo identitario, no es el pretexto para solo mirar hacia dentro, es una razón práctica desde la que situarnos en los mapas donde sí es importante figurar. Especialmente para conseguir, desde esa visión progresista y valencianista, cerrar el paso a los peores reaccionarios, tenemos que dar la batalla por ese optimismo crítico que caracteriza a la izquierda. Tiene que emocionarnos lo positivo para que no arraigue el odio.

Hace unos meses leía un artículo a Joan Romero en el que defendía la idea de que «vamos despacio, porque vamos lejos» y bajo esa reflexión subyace la necesidad de señalar los avances, esas personas que desde el 1 de enero tienen un mejor salario o los pensionistas que cobrarán una pensión algo más digna, sin dejar que se los lleve la prisa por lo pendiente. No es el momento de dar concesiones al catastrofismo, hay que alegrarse y hablar bien de lo bueno. Estos presupuestos generales lo son.

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