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Las dos caras del viento

La lluvia y la nieve tienen sus partidarios y detractores. Ambas son necesarias, aunque cuando caen en exceso pueden suponer un quebradero de cabeza. El debate sobre los meteoros y fenómenos atmosféricos que más y menos nos gustan da para mucho, pero el viento suele ser uno de los más odiados en general. No hablo de la agradable brisa marina que refresca el ambiente en la costa mediterránea los días de verano, sino de periodos largos en los que cobra protagonismo frecuente en nuestra vida diaria, como en esta recta final de enero. Al margen de los peligros que conllevan los temporales con rachas intensas, las situaciones atmosféricas de inestabilidad que favorecen situaciones de viento continuo terminan por convertirse en un incordio. Conozco gente que prefiere varios días seguidos de niebla que uno solo de cierzo, el viento frío del norte que se prodiga muchas jornadas invernales en Aragón, equivalente a la tramontana. Más allá de los riesgos de los grandes temporales, el viento agudiza la percepción del frío en invierno, ya que contribuye a la pérdida de calor por evaporación en nuestro organismo. En zonas templadas, como el litoral mediterráneo, ese efecto se traduce en sensaciones térmicas, pero en las zonas de montaña los vientos fuertes aumentan el peligro de congelación a la intemperie cuando el termómetro baja de los 0 ºC. Es algo que se conoce muy bien en países como Estados Unidos y Canadá, donde los habitantes de sus regiones más frías, sin necesidad de subir a la montaña, saben muy bien acerca de ese riesgo. En algunas ciudades de la Europa nórdica mucha gente prescinde del paraguas y apuesta por el chubasquero porque muchos días la lluvia y la nieve llegan acompañadas de fuertes vientos, mientras que en la ladera norte de los Alpes, el Föhn, un viento cálido que llega desde el otro lado de la cordillera y se calienta en el proceso de ascenso y descenso, produce deshielos repentinos y es objeto de todo tipo de calificativos. Y en la zona del golfo de Valencia ya sabemos hasta dónde puede llegar el viento de poniente en julio y agosto. En fin, que el viento no es especialmente apreciado por la gente, aunque hay que decir que gracias a él aumenta la calidad del aire que respiramos, en especial en las grandes ciudades, donde las situaciones anticiclónicas, con calmas persistentes, acumulan las partículas de contaminación de forma peligrosa. Por tanto, nos guste o no, el viento también puede ser sumamente beneficioso.

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