Dos momentos, con seis meses de diferencia entre uno y otro, han condicionado la política en los últimos tiempos: la moción de censura contra Rajoy y las elecciones andaluzas. Dándole la vuelta en cada uno de ellos al contexto político en todos los niveles. En el mes de junio, el PSOE recuperaba el protagonismo y el liderazgo político a través del nuevo Gobierno constituido tras esta moción. Seis meses después, el pacto andaluz ponía a la derecha española en aparente perspectiva de cara a los futuros procesos electorales.

Mientras tanto, entre un momento y el otro, el PP llevaba a cabo su particular proceso de primarias por el cual, Pablo Casado, era elegido presidente del partido en lo que parece ser una operación liderada por el veterano José María Aznar. Un nuevo PP, que tras pactar con la extrema derecha se viene rearmando ideológicamente a base de endurecer el discurso en clave nacionalista, identitaria, en política migratoria, social e igualdad. Se podría decir que, de algún modo, el partido ultraderechista Vox, ha condicionado desde fuera a este nuevo PP.

Además del discurso ideológico, Pablo Casado ha endurecido también el tono. De hecho, no se recuerda a un dirigente político dirigirse a otro, en este caso al presidente del Gobierno, en los términos que lo ha hecho Casado en los últimos días. Un tono desmedido con graves afirmaciones como la de acusar al presidente del Gobierno de «alta traición a la democracia española». Una gran irresponsabilidad por parte de quien pretende dirigir los destinos del país en lo que parece ser una estrategia electoralista basada en la confrontación y crispación social.

Recuerda al PP de José María Aznar de principios de los años noventa. Es cierto que entonces le funcionó esa estrategia. Ahora bien, está por ver que esa agresividad política funcione en el contexto actual. Aun así, hay una gran distancia entre aquella refundación de finales de los años ochenta y el rearme ideológico que está llevando el actual PP. La transformación de Alianza Popular en Partido Popular impulsada por Manuel Fraga en el 89, pretendía ampliar la base social de este partido, precisamente, intentando abarcar posiciones del centro derecha. Lo de ahora, es justo lo contrario. Este nuevo PP parece pretender una suerte de refundación mediante la integración del resto de fuerzas de derechas, sobre todo Vox. Una estrategia que le lleva hacia posiciones más radicales. Entre otras cosas, porque Vox representa una extrema derecha que va más allá de los resquicios de franquismo, siendo el equivalente a los partidos ultraderechistas europeos. Lo que por otro lado, podría explicar el naufragio de la triple alianza andaluza el domingo en la plaza de Colón.

Lo que no se acaba de entender es la torpeza de Cs en todo esto. Me pregunto cómo es posible que un partido liberal que estaba llamado a representar una derecha moderada, renuncie a los principios de un proyecto político moderno, al estilo de los partidos de centro derecha europeos, prestándose a salir en la foto con Santiago Abascal.

Podría ser que la pretendida extrapolación del tripartito andaluz al resto de instituciones, responda más a una quimera de los partidos de derechas, especialmente del PP, que a una verdadera demanda o realidad social. En momentos como el actual, se hacen más indispensables Gobiernos progresistas como el Botànic en la Comunitat Valenciana, que además de ser un ejemplo frente al tripartito de derechas, lo es frente al discurso de la crispación y polarización polítca.