La existencia de un amplio debate acerca de la actual intervención pendiente sobre el cerramiento del ábside de la Catedral de València, traduce la positiva sensación de que nos hallamos en una sociedad participativa en la que las confrontaciones pueden alcanzar la normalidad en una polémica fundamentalmente laica sobre el edificio religioso más importante de todo nuestro territorio.

A mi juicio, ninguna de las posturas planteadas: la transformación del muro neoclásico en otro transparente conformado por un enrejado que permita la visualización de los contrafuertes y de los absidiolos, tanto, como la restauración y recuperación del estado actual, están faltas de asentados argumentos. Inicialmente, porque ambas parten de una necesaria y urgente intervención que evite el deterioro causado por las humedades que han causado graves daños, especialmente en la bóveda de la capilla del relicario ubicada debajo de un tejadillo que, como el resto de todos los que protegen este espacio, no han podido soportar la enorme cantidad de agua de lluvia que se evacua sobre ellos, procedente de todos los niveles superiores del ábside catedralicio.

Es cierto, que la intervención inicialmente propuesta que incluye la eliminación del muro, aunque se trate de un elemento limitado, permitiría mejor la visualización de la grandiosidad de este ámbito monumental construido desde el siglo XIII y que probablemente permaneció grandioso durante todo el XV, el periodo de mayor esplendor de la sociedad y de la cultura valencianas.

Sin embargo, también debemos de tener en cuenta, que nuestra Seo no es la ejemplificación de una unidad estética, sino más bien la representación paradigmática de una agregación de intervenciones históricas que suponen un asociado conjunto de muy elevados contenidos, puesto que abarca también el Renacimiento en los preciosos ángeles músicos del presbiterio, en la capilla de la Resurrección de la girola y en la Obra Nova de la fachada, mientras el Barroco surge espléndido en la capilla mayor y en la puerta de los hierros.

Fue durante el XVIII cuando se cuestiona más expresamente la estética gótica del conjunto y se opta por una intervención invasiva, transformando las capillas laterales en una sucesión de renovadas construcciones fundamentadas en el orden y la medida, entretanto se recubrían las naves ocultando la piel originaria, para dar un carácter neoclásico al conjunto, que fue retirado paulatinamente a partir de 1961. Durante aquel periodo, la desconsideración de la arquitectura medieval fue de tal calado, que llegó a plantearse un proyecto que incluía el derribo de la Puerta de los Apóstoles y su conversión neoclásica, cosa que, por fortuna, no llegó a llevarse a cabo.

También es evidente que en esa fase de exaltación neoclásica, las nuevas intervenciones fueron de muy elevada calidad dentro de sus propias concepciones, y de ellas debemos entender que se deriva la elevación del muro perimetral que aún hoy en día cierra el ábside y que fue proyectado por el arquitecto Vicente Marzo (1760-1826); tratándose de un paramento de alta calidad formado por piezas de sillería en el basamento que siguen a las existentes desde la sacristía medieval hasta la obra renacentista recayente a plaza de la Virgen.

A mi juicio, antes de alcanzar una decisión acerca de la solución más acertada, se debe tomar en consideración además del importante valor de ambas obras antepuestas: los absidiolos góticos y los contrafuertes, por un lado, y el muro neoclásico por otro; la existencia de una construcción adyacente que se halla en inminente peligro: la capilla del relicario, cuya cúpula cubierta por un tejadillo sobrepuesto, no ha soportado las filtraciones, y que al albergar unas pinturas excelentes de Miguel Parra (1780-1846), que fuera profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y pintor de cámara de Fernando VII, necesita de una intervención urgente que se ocupe de su protección y restauración porque, de no proceder de inmediato, pueden ser de recuperación imposible.

Hace unos días, invitado por el arquitecto catedralicio, tuve la oportunidad de visitar sosegadamente el conjunto. Me sorprendió, que entre ambas construcciones existe un estrecho espacio por el que, sin embargo, se puede caminar. Es evidente que uno de los problemas que inicialmente se deben resolver es el de la evacuación de las aguas pluviales, de tal suerte, que ni deterioren la cúpula de la capilla, ni se acumulen junto a los muros góticos dañando tan importante factura. Planteada la cuestión acerca de si conservar, o no, el paramento neoclásico, y observada su continuidad armónica con las estructuras colindantes, debemos tener en cuenta el concepto inicialmente descrito: que nuestra Catedral es la suma de una sucesión de intervenciones que han respondido y testimoniado, con enorme brillantez, el espíritu de cada una de sus épocas, a pesar de que en cada momento pudieran vertirse reproches sobre las intervenciones precedentes.

Si tal parece que hay que tomar postura, vale la pena proponer una que sea respetuosa con ambas soluciones; de tal suerte, que permita la conservación y restauración de la capilla y la de ambas fábricas constructivas, tanto la gótica con sus absidiolos, como la neoclásica con su armonización histórica, entretanto se buscan soluciones efectivas para la evacuación de las aguas, lo que no va resultar una asunto de fácil conclusión, pero que debe resolverse por medio de un proyecto que resulte eficaz y respetuoso, al mismo tiempo. Todo un reto, doblemente positivo.