El acoso escolar es un grave problema social creciente en los centros educativos. La desinformación, el error de mirar hacia otro lado y el desenfoque de este asunto que da palos de ciego con las medidas implantadas, agrava y perpetúa la violencia en los colegios.

Una vez que el bullying se inicia, se despliega un proceso de acoso psicológico y social contra el niño que es cada vez más complicado detener. Llega un punto en el que la mayoría del entorno de la víctima termina coaligándose hasta que la salida de la víctima se ve como la única opción viable. La prevención es clave.

Siempre que se produce un caso de bullying hemos llegado tarde para intervenir. Los daños psicológicos se han instalado en distintos niveles: en la autoestima, en el autoconcepto y finalmente en el propio rendimiento escolar de la víctima.

Los motes y burlas, las risas, los insultos continuados o el bloqueo social, el ciberbullying que fomenta el aislamiento de la víctima no debe verse como conductas habituales a solucionar entre los propios niños. Frases como «esto son cosas de niños y deben solucionarlo ellos, los adultos no debemos meternos, esto ha existido siempre o pasar por esta situación te hace más fuerte» son disparates que banalizan la violencia. Los adultos debemos intervenir contundentemente para erradicar en sus inicios lo que puede acabar siendo un caso de bullying ya que las consecuencias son nefastas de por vida para el niño/a afectado. Los adultos somos garantes de prevenir e intervenir para que la violencia y el acoso no sea el invitado normalizado en nuestros pupitres. Baja autoestima, cambios bruscos de humor, falta de atención, bajo rendimiento, problemas para relacionarse, no querer acudir a clase, cumpleaños u otras actividades e ideación suicida, son algunos de los indicadores que alertan sobre una situación de acoso en el aula. El 90% de las conductas de acoso son psicológicas frente a un 10% de violencia física, de ahí la importancia de medir y detectar mediante cuestionarios como el TBAE posibles casos de violencia. Los centros escolares no son un campo de batalla. Nuestros hijos no pueden colgar su dignidad como cuando dejan sus abrigos en las perchas al llegar al aula. Uno de cada cuatro escolares en España, un 23,4 % de los alumnos de Primaria a Bachillerato (Informe Cisneros), han transmitido haber sufrido algún tipo de acoso en el colegio o estar siendo víctima de alguna conducta de este tipo en ese entorno. Hablar de un perfil de víctima es justificar equivocadamente el comportamiento de los acosadores. Es el denominado error de atribución que revictimiza y agrava seriamente las consecuencias.

En el bullying, la víctima tiene una situación asimétrica respecto a quienes le agreden violentamente, por lo que plantear la mediación es un grave error, el foco debe ponerse en los acosadores. La no detección, detención e intervención temprana de las conductas violentas y no romper la impunidad de los acosadores unido a la hiperprotección de sus padres hace un flaco favor para una educación que genere vínculos saludables. Tenemos la obligación como sociedad de corregir a estos niños y jóvenes. No podemos admitir que la víctima sea quien tenga que abandonar el centro. El fenómeno de chivo expiatorio que canaliza la violencia en los grupos provocará que aparezca rápidamente otra víctima que enquistará las relaciones sociales en ese centro educativo. Esta inacción por parte de los adultos transmite a los acosadores que la violencia es exitosa. Esta aniquilación social admitida sienta las bases de ciudadanos del futuro violentos. Tenemos la responsabilidad y tenemos los medios, como el método español AVE, contrastado y aplicado en España, Uruguay y México con la participación de más de 20.000 alumnos, para construir entornos libres de violencia que cimienten los pilares de una sociedad libre.