Con Rivera No», coreaban los cientos de militantes y simpatizantes socialistas reunidos a las puertas de la sede federal de la calle Ferraz tras el épico triunfo de Pedro Sánchez. «Izquierda Unida es fuerza hermana», cantaron militantes y simpatizantes tras la no menos épica victoria de Zapatero en 2004. Seamos receptivos, al PSOE le interesa que haya vida política a su izquierda. Cuando hemos caminado en solitario, una parte del beneficio electoral obtenido se ha diluido en la abstención. Pretender contentar a todo el mundo en el ejercicio de gobierno es propio de populismos. Gobernar es un acto humano, y como tal entraña errores y desencantos que los partidos acaban pagando en clave electoral. Entendamos, pues, la diversidad como factor enriquecedor, mejoremos nuestra cultura de pactos y lleguemos a un público mayor. Mejor más que menos.

Dicho esto, cabe añadir algunos matices. No es lo mismo albergar bajo un mismo techo sensibilidades distintas en materia social o medioambiental que en cuestiones de Estado. En muchos municipios y en alguna autonomía, los socialistas hemos rubricado con rapidez acuerdos de gobierno con Unidas Podemos y sus marcas locales. Acuerdos que defendemos con orgullo y como garantía de buena gestión. Modestamente, entiendo que la izquierda es un vasto campo de pensamiento y acción política que el PSOE no puede patrimonializar en exclusiva. Ahora bien, en esas negociaciones no han estado en juego ni los más altos preceptos constitucionales ni la integridad jurídica y territorial del Estado.

En cambio, al negociar la configuración del Gobierno de España desde propuestas programáticas dispares, surgen latencias de difícil diagnóstico. Aun blandiendo un tono constitucionalista durante la campaña, Pablo Iglesias ha peleado hasta el último instante un lugar destacado en el Ejecutivo sin renunciar a algunos de sus mantras. La celebración de un referéndum en Cataluña sería, quizás,el más alarmante. Electoralmente, puede estar justificada la obcecación del líder de Unidas Podemos: una silla en el Consejo de Ministros, y tanto más una vicepresidencia, otorga mayor visibilidad que el rol de socio parlamentario. Pero...¿ cuál hubiera sido el coste para el conjunto de la izquierda a medio y largo plazo?¿Habría cedido Iglesias en sus postulados para obedecer una orden superior? ¿Puede un líder político someterse a las directrices de otro con el que rivaliza en cada llamada a urnas?

El Gobierno de España no debe servir de flotador o tapón sanitario. Ni tampoco cabe concebirlo como una milagrosa agencia de marketing político. Ciertamente, las trayectorias electorales del PSOE y Unidas Podemos son divergentes, lo que uno sube lo baja el otro. Pero las derivas en alta mar no se subsanan agarrándose del cuello del compañero sino remando alalimón, conjuntamente. O dicho con más precisión: Iglesias no puede anteponer su propia supervivencia electoral a la posibilidad de un gobierno progresista. Con su paso atrás, descartándose a sí mismo en el Ejecutivo, actúa correctamente y acredita sensatez y propensión al entendimiento. La izquierda conforma mayorías en tiempos de esperanza. La derecha, en cambio, gobierna cuando el ciclo sentimental conduce a la resignación. No nos resignemos a un mal gobierno.