Aunque resulte innecesario reiterarlo, el momento político por el que atraviesa el país es sugerente y motivador a rabiar y quizá me quedo corto. Cada día se levanta uno pendiente de lo que puede constituir la novedad más sonora, que en estas semanas se centra en lo siguiente: ¿seguirá o no Casado con la barba? De forma inesperada, ella también aguanta. Con el manual de resistencia mano en ristre, el infante recubierto abunda en que «a pesar de que ya sé que estratégicamente reforzaría nuestro papel, ir a elecciones sería una tomadura de pelo». El vello está presente, no puede evitarlo ni quiere. Se ve que le da fuerza para emplazar a sus socios en Andalucía, Madrid y Murcia, entre otros parajes, atisbada la posibilidad de ganar a la izquierda si los colegas se adhieren. «España suma, pero la corrupción resta. Hay que hacerlo con inteligencia», le ha infligido tras su reaparación Albert, sabiendo de lo que habla y de lo que ha perpetrado en las ideas propulsadas en origen que lo hacen irreconocible si no fuera por lo barbilampiño que se mantiene y, dado lo poco que atesora para vanagloriarse, puede que ahora se sostenga en ese perfil con mayor ahínco.

Falta por conocer la postura que adoptará el tercero en discordia y si, para diferenciarse y remontar el desvanecimiento metroscópico acelerado, Abascal optará por colocarse un pendiente. Ya nos lo creemos todo. Pepe Sacristán, claro está, se resiste. Un luchador sereno, coherente y comprometido que hoy estrena Señora de rojo con fondo gris de Delibes y que ayer puso voz al vídeo electoral de Podemos ha dicho de Iglesias que «está cada día más equivocado» y no le ha devuelto el rosario de su madre sino que le ha dado donde más le duele al posicionarse cercano a Errejón. Lo que hay es que dos de las tres últimas encuestas encargadas por medios nada proclives a ellos vaticinan que, de venir un 10N, pesoe y llamémosle Unidas serían quienes, sumados, obtendrían mayoría absoluta, algo sorprendente, acogido con este deleite por Sánchez: «¡No me jodas!».