En los períodos electorales, las/os aspirantes a gobernar o a participar en gobiernos nacionales, regionales, municipales, institucionales, gremiales y otros, suelen hacer promesas más o menos serias, estructuradas (o no) en programas coherentes (o no) con los principios, la ideología y los objetivos del partido político o colectivo social que representa y defiende la candidatura.

Las/os electores -personas habilitadas para hacerlo por pertenecer al territorio, entidad o colectivo que corresponda-, hacen promesas sobre lo único que pueden hacerlo: Su voto individual. Y en la promesa como en el propio voto, hay todo tipo de motivaciones: Por convicción, tradición, inercia, pensamiento, sentimiento, descarte; o por una amplia gama de mercadeos claros u obscuros, lícitos o ilícitos.

En el presente artículo se explica una promesa (no invitación) en el caso de que haya elecciones el 10 de noviembre porque Pedro Sánchez (PSOE) y Pablo Iglesias (Podemos) no lleguen a un acuerdo para que España tenga un gobierno progresista: Votar en blanco o abstenerme, como lo hice hasta los 30 años de edad.

Como muchas/os jóvenes colombianas/os de la época, deposité en la urna mi primer voto en 1978. El mío fue por la maestra Socorro Ramírez, candidata del PST (Partido Socialista de los Trabajadores), en las presidenciales de ese año. Había sido, hasta entonces, abstencionista activo como se llamaba a quienes pretendíamos distinguirnos (sin éxito) de la mayoritaria abstención que lastra la débil democracia colombiana desde el Frente Nacional (de liberales y conservadores) que gobierna el país entre 1958 y 1974. Un abstencionismo que alentó incluso el Frente Unido del Pueblo que crea el cura revolucionario CamiloTorres en 1964, antes de irse al monte con el ELN para morir con el fusil en la mano en 1966. En España, no solo las/os jóvenes sino las personas que no habían votado en 1936, pudieron depositar su primer voto libre en 1977, después de una terrible guerra civil y una implacable dictadura.

Desde entonces he participado en varias campañas electorales colombianas: De Luis Carlos Galán (Nuevo Liberalismo) en 1986; de Ernesto Samper (Liberalismo) en 1994 (quien cumple en el primer año de su mandato la promesa de acordar con el gobierno de España el mantenimiento de la ciudadania colombiana al obtener la española); Carlos Gaviria (PDA) en 2006, y Antanas Mockus (Verdes) en 2010; las tres últimas en València. Habiendo obtenido la nacionalidad española en 1995, mi primer voto fue por el hispanocolombiano Felipe González (PSOE), repetido por los socialistas en las elecciones ( de europeas a municipales) hasta 2011 cuando, con el tonificante remezón del 15M, paso a votar también a Izquierda Unida, Compromís y Podemos.

No se trae a cuento esta trayectoria personal porque se considere especial -de hecho es similar (con sus variaciones y matices) a la de otras/os colombohispanas/os-, sino porque ilustra un contexto concreto de la tristeza e indignación que produce en buena parte de la ciudadanía la incapacidad para un acuerdo entre PSOE y Podemos (que contaría con apoyo del PNV y ERC), cuando comparten importantes aspectos programáticos a nivel de derechos y servicios sociales (salud, educación, dependencia) aunque mantengan diferencias en otros clave como vivienda (alquileres), política internacional y los cambios necesarios y posibles en los modelos de producción y de consumo para frenar la contaminación, la desertización y el constatable cambio climático, hacia una sociedad más justa y más respetuosa con el medio ambiente.

Las mayorías absolutas que se obtenían en los bipartidismos que han imperado en Colombia y España en buena parte del siglo XX se han diluído en el XXI; y si el 10N hay elecciones aquí, analistas y comentaristas coinciden en que puede pasar cualquier cosa: Desde que todo quede más o menos igual, a que haya un vuelco favorable a la suma de las derechas (PP, Ciudadanos y Vox) que no evitaría mi voto.