Algunos hombres cambian de partido por el bien de sus principios; otros cambian de principios por el bien de su partido». Esta frase de Churchill describe la situación política española que ha llevado a que el 90% de la población esté decepcionada de la clase política. No afecta solo a los dos líderes que han fracasado al no cerrar un pacto de gobierno en España. Es una decepción general. Hasta ahora, todo lo que hemos visto es a un voxista Casado que de repente es un centrista; a un centrista Rivera que de repente es un voxista; a un progresista Sánchez que de repente es un centrista; y a un izquierdista Iglesias que al final estaba dispuesto a aceptar cualquier parte del cielo. No parece que ninguno de ellos siga otra divisa que el bien del partido.

Todos han hecho el juego del cálculo electoral desde el primer día y han aspirado a gastar los meses de inevitable demora para echar tinta en los ojos del rival. Todos han jugado a provocar el error del otro. Nadie ha jugado limpio. Nadie ha pensado de verdad en sacar adelante un gobierno para los españoles. Pretendiendo someter al país a una pedagogía que le imponga con sangre un nuevo bipartidismo, sólo han logrado desprestigiar de forma profunda el sistema de representación política en su totalidad. En estas condiciones, nuestra democracia se halla en una situación cercana al colapso. Pues la idea de repetir elecciones una y otra vez con los mismos líderes, movidos por el bien exclusivo del partido, acaba constituyendo un trágala que choca con la idea de libertad, el principio fundamental de nuestra democracia.

Lo más decisivo de este estado de cosas es que, con él, se cumple ese pronóstico político que el grupo vinculado a Errejón hizo cuatro años antes. Ellos han sido los únicos de todo el panorama político español que cambiaron de partido por el bien de sus principios. Todos aquéllos que hablaron y hablan de traición no pueden comprender la alta exigencia de la idea, la fidelidad a una forma de entender la política, la responsabilidad frente a lo que es más grande que uno. Todo eso impone crear la situación en la que no haya ambigüedades respecto de la idea que se defiende, aunque implique situarse cerca de la impotencia. Ese grupo no ha cambiado un ápice su perfil político. No ha defendido nada diferente desde aquellos días en que se anhelaba dar una respuesta a la crisis del 11M. Todos pensaron que la crisis de representación era radical. Y así es. Por mucho que la superficie no esté tan agitada como en aquellos días, los partidos aprecian las corrientes poderosas del subsuelo, más allá de su control.

Estos hombres y mujeres decidieron seguir fieles a sus principios y edificar un partido sobre ellos. Marginados de su organización hasta extremos de abandono, decidieron jugar al largo plazo. Era necesario no solo para que se hiciera visible su idea política, sino también para que lo hiciera sin interferencias la idea política de Iglesias. Fue jugar limpio moral y políticamente. Se reagruparon en Madrid y se convirtieron en una fuerza que dejó en evidencia el pacto de sangre de la derecha española: todo, menos abrir los cajones de veinte años de corrupción. Ellos dijeron entonces: «Que gobierne el PSOE y Ciudadanos. Nosotros daremos nuestros votos, porque la mejor forma de beneficiar a la ciudadanía es devolverle la dignidad». Primero un gobierno digno, luego una conversación infinita con él, ley a ley, decreto a decreto, medida a medida. Ciudadanos dijo que no. Allí se vio que Rivera no tiene principios. Ahora ya lo sabe toda España.

Ese pequeño partido debía crecer en cada pueblo de Madrid. Puesto que sólo se prometían cuatro años de largo y duro trabajo, era de suponer una base de firmeza y de convicción en la nueva militancia. Sólo con fe se atraviesa el desierto. Y sin embargo, esos planes, esos tiempos, esas decisiones, ese escenario y ese horizonte, han estallado por los aires por el cálculo, la ceguera, la mala fe, el partidismo extremo, la falta de generosidad y el tacticismo de nuestro sistema político al completo. Solo ese grupo humano se ha mantenido fiel a sus principios. Y ahora tienen que tomar la decisión más grave de sus vidas, porque nuestro país se encuentra en las horas más bajas de su vida política, todavía más bajas que cuando la crisis estaba en su apogeo. Y tienen que cambiar de estrategia y de táctica, pero ahora, justo ahora, no podían cambiar de principios ni ocultar lo que está más allá de ellos, la pasión compartida por mejorar nuestro país.

Y eso significa que seguirán en el tablero obligados a tomar decisiones más allá del cálculo. Pues el cálculo recomendaba no bajar a la arena en medio de una jugada infernal, incontrolable, generada por otros que debían pagar las consecuencias de sus actos sin interferencias y enfrentarse solos a la ciudadanía que habían despreciado. El cálculo recomendaba demostrar que la apuesta por Madrid era sustantiva, firme. Cuatro años de intenso trabajo en la Asamblea madrileña y luego disponer de toda la legitimidad del mundo para pedir el respaldo de la ciudadanía en las urnas. Eso era lo deseable, y por eso Errejón y su grupo siempre animaron a la formación de un gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, cuidándose mucho de interferir en un proceso que ante los ojos del mundo ha sido un encuentro estéril entre dos formas obtusas de entender la política. El cálculo que aconsejaba entregarse al largo plazo no era mezquino, ni interesado. Era un cálculo digno de quien quiere realizar con solidez una idea.

Pues bien, incluso ese cálculo debe abandonarse para tomar una decisión basada en principios. Pues ahora se trata de lo fundamental: de la libertad imprescindible de todo sistema representativo, que ha de ofrecer incondicionalmente a la ciudadanía opciones soportadas por la esperanza, y no coaccionadas por el trágala de la decepción. Se trata de formar, en un estado psíquico de emergencia, un ejército de reserva con la conciencia cívica de este país, el voluntariado de quienes sigan milagrosamente instalados en el optimismo de la voluntad, de aquéllos cuya relación con la política esté mediada por la generosidad. No se trata de más derechas, de más izquierdas, de más centro. Las cosas han llegado a extremos en que lo verdaderamente necesario es el sentido común, la decencia, la claridad y el atenerse a lo fundamental.

El sentido común dice que se ha de formar gobierno. La decencia impone todavía que las fuerzas que no han sabido salir de la ciénaga de la corrupción sigan separadas del poder. La claridad debe gritar bien alto que el gobierno debe atender el sistema productivo y mejorar los salarios y las pensiones; preservar servicios públicos integrales capaces de garantizar la reproducción social compartida; proteger el medio ambiente y frenar el cambio climático; y luchar de forma decidida por la igualdad de la mujer frente a una mentalidad violenta, descuidada, abusiva, y que encubre una potencia criminal que resulta preciso extirpar de nuestras vidas.

El electorado madrileño que puso su confianza en Mas Madrid en las elecciones del pasado mayo comprenderá que, aunque la fidelidad a la representación lograda imponía centrarse en el mandato recibido, ahora la situación es tan excepcional que requiere decisiones desgarradoras. Ningún madrileño debe sentirse ofendido porque sus representantes contribuyan a sacar a España de una situación insoportable. Su sentido de las cosas animará a sus mejores hombres y mujeres para que se entreguen ahora a la tarea urgente y noble de dignificar nuestra política. Esa fue la promesa encerrada en la emergencia de Más Madrid. Joseph Roth dijo que Dios cumple siempre sus promesas, solo que a veces se toma siglos para hacerlo. Pero los humanos no disponemos de ese poder. El tiempo de cumplir lo prometido nos lo imponen las circunstancias.