Los hombres y la violencia: violan, consumen pornografía, agreden, acosan, someten, vejan, maltratan, cosifican€ También legitiman la esclavitud sexual, la prostitución.. Si quieren sexo, pagan e incluso puede adornarse con el eufemismo «trabajo sexual». Si quieren mantener sus privilegios masculinos, forman una familia «de portal de Belén». La mujer deviene una prótesis en su cuerpo, «esposa» esposada «hasta que la muerte os separe».

Las feministas -o «feminazis», dicen algunos- reclaman otro orden social, político, educativo, sin patriarcado, en donde hombres y mujeres convivan en igualdad. Hombres cómplices en su lucha y feministas escasean. Permítanme situarme en esa minoría ilustrada. La violencia sigue siendo cosa nuestra y esto no es elucubración. Uno curtido en las aulas comprueba -y el profesorado lo sabe- que destacan notoriamente los partes de conducta entre los chicos. Las estadísticas apuntan directamente a los alumnos -y no tanto a las alumnas- como violentos, intolerantes, indisciplinados, burlones. Su mochila pesa mucho, cargan con prejuicios, estereotipos y esa montaña de privilegios incorporados a su masculinidad hegemónica. Los disfrutan y relamen: a los chavales se les entrega los patios, las calles, el espacio público, el fútbol, el protagonismo en las películas e incluso en las aulas, más todavía si se trata del díscolo de turno, al que erotizamos dándole injusta visibilidad. Si el universo se ha configurado para ellos, ¿qué no harán por disfrutar y mantener el orden patriarcal heredado? Diré más, tiene su lógica si bien se mira. Si son niños, adolescentes jóvenes, ¿qué esperamos? A mí me sorprende que quienes perpetúen esos privilegios dañinos y perjudiciales -más para ellas, claro- sean los adultos, quienes educan, dictan sentencias o gobiernan, quienes ocupan cargos, responsabilidades, direcciones, o quienes trabajan en la fábrica o en el negocio familiar, también quienes educan hijas e hijos€ Esos me preocupan más. ¿Y qué decir de quienes aportan su ejemplo en el aula? Ejemplos positivos, funestos, regulares, pésimos€ Todos somos ejemplo para bien o para mal. Pero, ¿si no trabajamos nuestros privilegios como hombres, si no tomamos conciencia, si no los ponemos sobre el tapete para renunciar a estos, qué proyectamos en la práctica educativa?

Sin educación afectivo-sexual, sin feminismo, sin un firme compromiso abolicionista, pero sobre todo, sin plantear los injustos e indecentes privilegios heredados en la socialización diferenciada masculina, la educación reproduce la patología que supone «ser hombre». Es posible y deseable proponer otra masculinidad disidente, al menos mientras se asuma la difícil tarea de eliminar el estigma del género. El primer paso es la toma de conciencia. Tenemos datos, realidades. Si la violencia es cosa de los hombres, si la escuela reproduce y/o amplifica el patriarcado, el Capital, si los alumnos siguen sometiendo sutilmente (o no) a las chicas, ¿cómo dejar de intervenir educativa, moral y pedagógicamente? El planteamiento es obvio, su puesta en marcha difícil. ¿Estamos dispuestos a revolucionar los centros educativos desde la coeducación? ¿O seguimos disimulando? Dejemos la hipocresía de lado. Los hombres precisan de estrategias que construyan una masculinidad igualitaria, solidaria, tierna, diversa, respetuosa y en donde los varones no pisen a las mujeres. Mientras tanto, seguirá el terrorismo machista propio de tantos y tantos hombres.