Hace 22 años vino un escritor a mi colegio. Un escritor muy importante. Un escritor muy importante en un colegio público y de pueblo. No eran habituales ese tipo de visitas en el colegio Ramón Laporta de Quart de Poblet, sí venían a darnos alguna charla sobre higiene dental, educación sexual o seguridad vial pero nunca habíamos recibido la visita de nadie con tanto renombre. Recuerdo que ese día nos llevaron a todos a la biblioteca, una sala multiusos situada en la planta baja del edificio, que igual servía para leer que para ponernos la vacuna de la rubéola. Allí nos sentaron a las dos clases de 5º, A y B, para escuchar al autor del último libro que nos había mandado leer nuestra profesora de Lenguaje, una historia sobre un grupo de chavales que empezaban a coquetear con el alcohol y las drogas. Un libro duro pero necesario teniendo en cuenta nuestra edad difícil y las dudas y dilemas que te surgen cuando tienes 12 ó 13 años. Recuerdo también que el ambiente era festivo, no por la ilusión de ver y escuchar a aquel hombre sino porque cualquier actividad fuera de clase se celebraba a lo grande, cualquier cosa era mejor que estar encerrado entre las cuatro paredes del aula de matemáticas o tecnología. El escritor importante resultó ser un tipo bastante majo y divertido que supo conectar con nosotros desde el minuto uno. Nos contó su infancia, una infancia complicada por su tartamudez y por el acoso escolar que sufrió durante años por parte de sus compañeros y también de algunos profesores. Nos confesó que leer le salvó la vida y que siempre supo que iba a ser escritor, aunque su padre nunca lo aceptara. También nos animó a soñar, a que confiáramos en nosotros mismos porque solo hace falta que una persona crea en ti para conseguirlo: tú. Yo lo escuchaba con la boca abierta. Cuando terminó la charla quise acercarme a él para darle las gracias por sus palabras, para decirle que yo también quería ser escritora, que me había encantado su libro y su historia y que iba a intentarlo. No lo hice. No me acerqué. Quizá por timidez, quizá por vergüenza, quizá porque no quería que mis compañeros me tildarán de empollona y de pelotera. Lo típico con esa edad. Me guardé mis palabras y salí al patio con todos.

Hace solo unos días me propusieron entrevistar a un escritor muy importante en la tele. Un escritor muy prolífico que estaba haciendo mucho ruido en internet por una charla que había dado sobre superación. ¿Te apetece?, me preguntaron. Por supuesto, respondí.

22 años después le di las gracias a aquel importante escritor. Le dije que yo también quería ser escritora, que me había encantado su libro y su historia€ y que iba a intentarlo. Él me respondió que «en la vida para no hacer nada hay mil excusas, para hacer algo solo hay una cosa: ganas». Yo sonreí. La vida, a veces, te concede segundas oportunidades.